Ramiro Rasguño Agudo
En un tiempo digital en el que lo analógico estaba a punto de entrar en
los museos arqueológicos, en unos días de angustia ubicua, intempestiva y
biodegradable, todo el sector social de las artes visuales, visorias, visivas,
veedoras, contemplativas y espectaculares estaba sumido en una profunda crisis
y evidenciaba serios problemas
para distinguir la realidad virtual de la otra, la de siempre.
Los más avisados en esta materia consideraban que la obra de arte visual,
visoria, visiva, veedora, contemplativa o espectacular, constituía una profunda
penetración develante del subfondo inteligible de los afectos culturales como
residuo de una sociedad decadente.
Otros, acaso más avisados aún, estaban convencidos de que, como arte visiva,
visual o visoria, la pintura, toda la pintura, era cosmética, epidérmica,
redundante por inútilmente duplicadora de la realidad y arrastraba fatalmente a
la rúbrica sinóptica. No explicaron debidamente las razones que les autorizaban
a enunciar estos postulados, ni siquiera su significado pero casi todos,
incluso los más afectados, los aceptaron sin rechistar.
En aquel tiempo sólo el Mercado y aquellos que se autodenominaban
curadores sin que no se acabara de saber exactamente acerca del contenido y
extensión de sus virtudes sanadoras, tomaban decisiones, establecían valores,
dictaban normas y extendían certificados de idoneidad, generalmente
previo pago de un estipendio normalizado en cada caso y circunstancia.
De esta manera y con tal autoridad, condenaban al ostracismo cualquier forma
o expresión de disidencia de su manera de detentar una verdad indiscutible que
les pertenecía por derecho.
En tan dramáticas circunstancias y en medio de este complejo y férreo
entramado, parece ser que se sitúa la aparición de una singular figura cual fue
la de Ramiro Rasguño, un artista que estaba llamado por el destino para dar un
vuelco trascendental a las artes visuales, visivas y visorias, incluida la
pintura hecha a mano, con pinceles, espátulas, plumas metálicas o de avestruz,
lapiceros de distintos gruesos o cualquier otro sistema capaz de extender
materia de distintos colores sobre cualquier superficie plana.
Ramiro Rasguño había nacido en el distrito de Buenavista en la ciudad
de Madrid y en el seno de una ilustre familia de clase media. Fue el tercero de
los hijos habidos en el matrimonio formado por Paladino Rasguño, veedor
municipal en excedencia y Miranda Agudo, vidente y echadora de cartas.
Muy joven aún, Ramiro Rasguño mostraba una viva inclinación por los
placeres visuales y entretenía sus momentos de asueto fijando la vista en los
más diversos objetos de su entorno próximo o remoto. Miraba de forma natural,
de arriba abajo, de soslayo, a la cara, en ocasiones también de hito en hito y no
pocas veces por el ojo de la cerradura, pues en aquellos años de los que trata
esta historia, las cerraduras volvían a tener ojos de la misma forma que las paredes tenían oídos.
Sus padres observaban con satisfacción el desarrollo de las capacidades
visuales de Ramiro y veían con muy buenos ojos esta inclinación visoria. El
muchacho creció pues, en un entorno familiar que propiciaba la agudeza
perceptiva y la contemplación de tramas, texturas, colores, volúmenes y
perspectivas tanto interiores como exteriores. Digamos entonces que al
adentrarse en la edad núbil, Ramiro Rasguño lo había visto todo desde distintos
ángulos y miraba con verdadera pasión cuanto era posible ver a simple vista, de
una ojeada, con anteojos, con telescopio, con microscopio, tras los cristales
de alegres ventanales, desde el balcón, por las mirillas de las puertas de
entrada y en lo alto de las más sobresalientes atalayas. Con este bagaje visual
repleto de puntos de vista se echaba de ver que este joven aportaría a las
creaciones visuales del siglo en crisis, su particular visión del mundo pero,
de momento, lo guardaba para sí.
Al poco tiempo de terminar un período de formación de índole plenamente
autodidacta, Ramiro Rasguño entró en contacto con una de las últimas
vanguardias organizada en un conglomerado de disidentes de casi todo: los
Neorrevocadores de Gutagamba, un heteróclito grupo de creadores visuales que,
para confortar su ánimo y asegurar su estabilidad emocional, habían abrazado el
credo anabaptista.
El grupo cohesionado por el prestigioso intelectual calabrés Ajax
Precioso Olivo, reivindicaba como una alternativa a lo convencional de la
práctica artística, la gomorresina sólida, el amarillo como portador de valores
enteros y la corrupción de perfiles, técnica y procedimiento que dominaban con autoridad
competente.
Componían el elenco artístico, entre otros muchos disconformes,
artistas como Emiliano Mediatinta, Abel Urchilla, Antonio Marco o Esquicio
Boceto. Este último era un artista enteco, sobrio sospechosamente admirador de
la música pronazi de Carl Orff y bebedor empedernido de absenta.
Emiliano Mediatinta era francamente rechupado y practicaba un nuevo
gusto por la nolición mientras que Marco y Urchilla formaban un dueto rupestre
cuya evocación del Pleistoceno era evidente.
Durante un tiempo breve pero intenso de fraternal camaradería Ramiro
Rasguño, unido al grupo con ánimo esperanzado, disfrutó de los gualdados
placeres de la gutagamba, esa gomorresina sólida que hacía soñar con los umbríos
bosques de la India misteriosa, los salvajes limones del Caribe y la
irrenunciable franja central de la bandera patria.
Al inicio de la temporada de aquel año, se llevó a cabo una muestra
conjunta del grupo en los salones del Montepío de la Divina Pastora que
constituyó un resonante éxito y una de las exposiciones más visitadas del año.
En la invitación al acto de inauguración se rogaba a los asistentes que, en
homenaje a la gutagamba, vistiera cada uno una prenda gualdada o bien un
conjunto áureo de su predilección
Una de las obras de
Ramiro Rasguño,”Sinfonía gualdada”, gutagamba sobre cartón bruñido ,445 x 660
cms. Colección privada.
Un poco por gusto y otro tanto por capricho, Emiliano Mediatinta acudió
a la inauguración vestido de plátano, Esquicio Boceto siempre italianizante en
sus gustos, vistió de amarillo de Nápoles, Urchilla y Antonio Marco se
ocultaron bajo un manto de cárdeno ambarino de modo que Ramiro Rasguño, con
pocas opciones ya y muy a su pesar, tuvo que vestirse de espárrago.
Tras una intensa época almacigada, con esos recuerdos del lentisco en la
que nuestro visual artista reflejó en sus lienzos y tablas los diversos
momentos de las áureas labores en los campos estivales y los retratos de
algunos mandarines, época que se reconoció por quien podía hacerlo como un
período transplasticista, Ramiro Rasguño emprendió la tarea de embadurnar
grandes paneles.
Estos paneles estaban confeccionados con la imagen digital de la piel de las castañas pilongas minuciosamente ordenadas por tamaños y el resultado fue calificado de
resplandeciente. Fue entonces, al finalizar este brillante trabajo, cuando
Ramiro Rasguño tuvo una visión que relató en su diario personal.
“Apareció un ángel que hablaba conmigo y me dijo: alza tus ojos y
mira lo que aparece, yo le dije, ¿qué es? y él me respondió, es un habitante de
Efá que aparece, yo le dije, ¿está en la web? y él me dijo, ahí tienes la
iniquidad. Si no estás en la web será destruida tu casa en la tierra de Senaar
y tu memoria se borrará de la faz de la Tierra. Toda olla en Judá será
consagrada a la web y cuantos sacrifiquen, vendrán, las tomarán y cocerán en
ellas y no habrá en aquel día más mercader que el de la web.
Yo alcé mis ojos y ví claramente una web volando, él me preguntó,
¿qué ves?, y yo respondí, veo una web de veinte mil codos de largo y cuatro mil
de ancho, que vuela. Él entonces me dijo, escucha la voz. Veo lo que yo he
desencadenado, dice aquel que hace ventanas y es el dueño de las puertas y
caerá sobre la casa del que en falso jura por mi nombre y permanecerá en medio
de su casa hasta consumir maderas y piedras”
No fue de forma inmediata como Ramiro Rasguño pudo comprender esta
visión apocalíptica pues hubo de llevar a cabo un largo proceso para establecer
algunas conclusiones provisionales con las que poder seguir adelante.
En primer lugar aceptó con serenidad el hecho de que había que estar en
la web, como el territorio de Efá, como la piel de las castañas pilongas, como su tío Mauricio que
suele subir a las redes sociales las fotografías de la boda de su primo en Bali
y todo ese tipo de cosas que tanto a él como a los Neorrevocadores de
Gutagamba les parecían
deleznables. Los tiempos estaban cambiando, Bob Dylan tenía razón.
Siguió reflexionando y comprendió, no sin esfuerzo, que el arte tenía
la misión de crear una magia sugestiva que contuviera al mismo tiempo el objeto
y el sujeto, el mundo exterior al artista y al propio artista por innovador,
inconformista o albarazado que éste fuera. Más tarde, un jueves a mediodía,
tomó conciencia de su profunda aspiración a traducirse, al tiempo que se
resignaba a aceptar que ninguna comprensión ni conocimiento podría desentrañar
el misterio de la obra de arte, de ese arte que él deseaba revocador, mestizo
por ser cromáticamente cuarterón de chino, absolutamente transplasticista y lo
más moderno posible.
Pero para llegar a realizar esa profunda aspiración traductora resultaba
imperativo reflexionar sobre sí mismo y, de esta manera, tras un breve escarceo
con el yo, el superyó, y el ello, se imaginó la interacción entre las dos
esferas representativas de los dos primeros individuos. Fue un desastre pues
las emanaciones morales del superyó esclavizaron al yo dejándole completamente
inservible y sin la más mínima capacidad de iniciativa. Decidió entonces
establecer contactos entre el yo y el ello por ver de mejorar los resultados y
esta vez la interacción de ambos produjo el desprendimiento de una forma
arquetípica, un crisol hirviente, un caos, una sopa muy alimenticia a la que pensó que no sería imposible
llamar arte.
Habiendo pues aceptado todo esto y recordando la amenaza del ángel,
decidió entrar el la web. Estuvo un buen rato paseando por entre los vericuetos
de ese inmenso territorio pues la navegación que todos decían practicar en mares tan agitados, a él le ocasionaba unos mareos
insoportables. En tal paseo estaba cuando, por puro azar, que sobrevino
brujuleando de web en web, se encontró sin pincharlo ni vincularlo, con Don
José Ortega y Gasset que, a través de esos caminos virtuales, estaba de
tertulia con su realidad ejecutiva. Estaba el filósofo paseando con ella, al
modo peripatético por el Jardín de los Frailes junto al monasterio de San
Lorenzo de El Escorial mientras se veía a sí mismo en su andar visto por dentro.
Tras cruzar algunas breves frases, Don José Ortega y Gasset, acabó por
convencerle de lo imprescindible de la metáfora al recordarle lo del árbol como
espectro de una llama muerta.
- No se fije usted en el árbol, amigo Rasguño, le comentaba Don José Ortega
y Gasset, vea usted el árbol transfigurado, el árbol sentimental, usted que
está trabajando, según he podido saber, con la piel de los frutos del castaño,
tiene una buena ocasión para acometer plásticamente la imagen metafórica de la pilonga
en esos hermosos paneles. Intervino entonces la realidad ejecutiva de Don José
Ortega y Gasset para explicar que el objeto creado a través de ella es un
objeto nuevo en sí mismo, un objeto estético distinto del real e incluso del
psicológico.
Esto es una metáfora, un juego tan intrascendente como el arte mismo,
un nuevo objeto que tiene que sonar en verde, como el violín de Fluxus, para
anteponer la vida a la cultura y al arte.
Don José Ortega y
Gasset con unos amigos contemplando la realidad ejecutiva del filósofo. San
Lorenzo de El Escorial.
Fascinado por esta última intervención de la realidad ejecutiva de Don
José Ortega y Gasset, Ramiro Rasguño no podía apartar la vista de su rubia
cabellera cuyos dorados reflejos proyectaban una luz divina sobre las laderas
de Abantos. Sin que apenas pudiera darse cuenta y, lo que es peor, sin haber
alcanzado a verlos venir, Amor hirió su corazón con tan dulces venablos que cegaron por completo su
entendimiento. Ramiro Rasguño cayó profundamente enamorado de esta filosófica
entidad y comprendió que ya no podría vivir sin ella ni un día más. Venciendo a
duras penas su timidez que solía manifestarse en momentos como aquellos, se
dirigió a ella por escrito y con gran con decisión.
Distinguida señorita:
He tenido la fortuna de conocerla a usted junto con su inseparable
acompañante, ese gran pensador de imperecedera memoria, por medio de este motor
de búsqueda cuyo nombre no acierto a pronunciar
sin sentir que estoy
haciendo gárgaras. Obsesionado hasta el día de hoy en la búsqueda de una nueva
expresión visual transplasticista, no he acertado a reconocer los apremios de
mis más profundos anhelos amorosos. Hoy comprendo que no es la gutagamba lo que
llenará mi vida y colmará mis deseos, no es el sonido de ese amarillo que a
Wassily Kandinsky le llevaba, al parecer, hasta el arrobo ni es el ámbar que
aprisiona en sus entrañas al insecto diluvial, quien conformará mi existencia
de artista, por no mencionar la gualdada piel de la castaña que ha perdido para
mí todo interés.
Es usted, señorita, esa
bellísima realidad ejecutiva que se adueñó de mi corazón y de los lóbulos
frontales de mi cerebro en el jardín de los Frailes. Usted que me ha hecho
comprender la vigencia de los nuevos objetos que junto a usted han conocido una
nueva realidad. Ahora, y gracias a usted entiendo la piel de mis castañas y la
entiendo tanto en sus cómo como en
sus para qué. Ahora están en su contexto y en él funcionan haciéndose
inteligibles. La amo por todo ello y se lo confieso en estas torpes líneas en
las que vuelco mi alma de neorrevocador de gutagamba arrepentido y renegado.
Cegado por su hermosura, afectado de acromatopsia cerebral por los reflejos de
su áurea realidad tan ejecutiva, ya no distingo los colores del mundo, ya ni
siquiera me interesa el amarillo que era la razón y el pilar sobre el que
sustentaba mi
arte neorrevocador, ya no vivo sino para el recuerdo de aquella tarde
escurialense.
Ya sé que es usted la realidad ejecutiva de Don José Ortega y Gasset,
pero no me importa, no soy celoso, Dios me libre, no obstante, de ser un obstáculo
entre usted y Don José Ortega y Gasset pues no soy de los que separan parejas
ni de los que rompen
familias, pero, ahora lo veo, la amo y esto es irreversible.
Renunciando a otros encuentros en la web que, siendo virtuales no
siempre son virtuosos, podríamos salir alguna tarde a pasear por el parterre del
Retiro o por la Ribera de Curtidores. Lo dejo a su elección. Sin embargo,
abriré una cuenta de correo en Yahoo cuyo fonético apelativo enciende mi ánimo
en un grito de esperanza. Ya se lo adelanto, será: rasguñoysuejecutiva@yahoo.es.
No es gran cosa, lo comprendo pero, a más a más, soy propietario de un
apartamento en Las Vistillas y una casita adosada en Chapinería.
Sin otro particular quedo a su entera disposición y suyo afectísimo q. b. s. m.
Ramiro Rasguño Agudo
Pasaron varias semanas en las que Ramiro Rasguño esperaba cada día con
ansiedad la contestación de ella pero ésta no se produjo sino dos meses más
tarde y en términos descorazonadores.
Muy señor mío:
Lamento participarle que no puedo acceder a su propuesta de iniciar
unas relaciones amorosas. Soy un ente, un concepto, una realidad ejecutiva que
ni siquiera disfruta de una iconología propia, menos aún de una forma
simbólica. Es cierto que estuve cerca de grandes pensadores, científicos e
intelectuales de diversas disciplinas pero sin llegar a mayores. Hace años
estuve muy próxima a Erwin Panofsky que decía idolatrarme, estuve en su
pensamiento pero no llegué a amarle pese a que
siempre me trató con respeto y consideración. Y es porque nunca tuve
suerte con los historiadores del arte y menos aún con los artistas visuales ni
con los plásticos que nunca me parecieron tan maleables como se pretende sino
más bien frágiles y quebradizos. No conozco, por otra parte, a su
familia, ni su tercer apellido, aunque siendo Agudo el segundo, me agrada.
Ignoro por completo su factor Rh, si es positivo o negativo, menos aún el
momento en el que el antígeno empieza a ser expresado en sus glóbulos rojos.
Desconozco además el estado actual de su liquidez bancaria y sé que no me
encontraría a gusto en Chapinería.
No quiere esto decir que no merezca usted una realidad ejecutiva como
yo, incluso con mayores merecimientos que yo en todos los órdenes, pero, por lo que a mí respecta,
no veo con buenos ojos las parejas mixtas.
Escribe Emmanuel Kant en su Crítica de la Razón Pura:” En la primera
clase de las antinomias, la falsedad de la suposición consiste en que lo que se
contradice (a saber, un fenómeno como cosa en sí) estaría representado como
susceptible de hallarse unido a una noción.”
Convendrá usted conmigo que, a buen entendedor, pocas palabras bastan y
lo anteriormente citado es suficientemente expresivo.
Agradeciéndole su amable oferta quedo suya afectísima.
Firmado R. E.
Ramiro Rasguño tardó mucho tiempo, años quizá, en superar este rechazo
pese a sus muy razonados argumentos. Con el corazón destrozado, abandonó la
práctica artística y al grupo de neorrevocadores de gutagamba. Obtuvo un empleo
de supervisor en un matadero de aves en Quintanar de la Orden y malvendío el
apartamento en Las Vistillas. Unos meses más tarde donó el adosado de
Chapinería a
una institución benéfica dedicada a acoger a pintores afectados de
acromatopsia cerebral irreversible.
Como dice el refrán: “Quien más pone, más pierde”. Indica que en los
asuntos de la vida, por ser de suyo, imperfectos, el que los acomete con más
calor y entusiasmo suele recibir como pago mayor amargura y desilusión.
Laus Deo