sábado, 6 de febrero de 2016

Biblioteca Ilustrada de la Fundación Enrius. Famosos artistas plásticos, Ramiro Rasguño




                 Ramiro Rasguño Agudo


En un tiempo digital en el que lo analógico estaba a punto de entrar en los museos arqueológicos, en unos días de angustia ubicua, intempestiva y biodegradable, todo el sector social de las artes visuales, visorias, visivas, veedoras, contemplativas y espectaculares estaba sumido en una profunda crisis y  evidenciaba serios problemas para distinguir la realidad virtual de la otra, la de siempre.

Los más avisados en esta materia consideraban que la obra de arte visual, visoria, visiva, veedora, contemplativa o espectacular, constituía una profunda penetración develante del subfondo inteligible de los afectos culturales como residuo de una sociedad decadente.

Otros, acaso más avisados aún, estaban convencidos de que, como arte visiva, visual o visoria, la pintura, toda la pintura, era cosmética, epidérmica, redundante por inútilmente duplicadora de la realidad y arrastraba fatalmente a la rúbrica sinóptica. No explicaron debidamente las razones que les autorizaban a enunciar estos postulados, ni siquiera su significado pero casi todos, incluso los más afectados, los aceptaron sin rechistar.

En aquel tiempo sólo el Mercado y aquellos que se autodenominaban curadores sin que no se acabara de saber exactamente acerca del contenido y extensión de sus virtudes sanadoras, tomaban decisiones, establecían valores, dictaban normas y extendían certificados de idoneidad, generalmente
previo pago de un estipendio normalizado en cada caso y circunstancia.

De esta manera y con tal autoridad, condenaban al ostracismo cualquier forma o expresión de disidencia de su manera de detentar una verdad indiscutible que les pertenecía por derecho.
En tan dramáticas circunstancias y en medio de este complejo y férreo entramado, parece ser que se sitúa la aparición de una singular figura cual fue la de Ramiro Rasguño, un artista que estaba llamado por el destino para dar un vuelco trascendental a las artes visuales, visivas y visorias, incluida la pintura hecha a mano, con pinceles, espátulas, plumas metálicas o de avestruz, lapiceros de distintos gruesos o cualquier otro sistema capaz de extender materia de distintos colores sobre cualquier superficie plana.

Ramiro Rasguño había nacido en el distrito de Buenavista en la ciudad de Madrid y en el seno de una ilustre familia de clase media. Fue el tercero de los hijos habidos en el matrimonio formado por Paladino Rasguño, veedor municipal en excedencia y Miranda Agudo, vidente y echadora de cartas.
Muy joven aún, Ramiro Rasguño mostraba una viva inclinación por los placeres visuales y entretenía sus momentos de asueto fijando la vista en los más diversos objetos de su entorno próximo o remoto. Miraba de forma natural, de arriba abajo, de soslayo, a la cara, en ocasiones también de hito en hito y no pocas veces por el ojo de la cerradura, pues en aquellos años de los que trata esta historia, las cerraduras volvían a  tener ojos de la misma forma que las paredes tenían oídos.

 Sus padres observaban con satisfacción el desarrollo de las capacidades visuales de Ramiro y veían con muy buenos ojos esta inclinación visoria. El muchacho creció pues, en un entorno familiar que propiciaba la agudeza perceptiva y la contemplación de tramas, texturas, colores, volúmenes y perspectivas tanto interiores como exteriores. Digamos entonces que al adentrarse en la edad núbil, Ramiro Rasguño lo había visto todo desde distintos ángulos y miraba con verdadera pasión cuanto era posible ver a simple vista, de una ojeada, con anteojos, con telescopio, con microscopio, tras los cristales de alegres ventanales, desde el balcón, por las mirillas de las puertas de entrada y en lo alto de las más sobresalientes atalayas. Con este bagaje visual repleto de puntos de vista se echaba de ver que este joven aportaría a las creaciones visuales del siglo en crisis, su particular visión del mundo pero, de momento, lo guardaba para sí.
Al poco tiempo de terminar un período de formación de índole plenamente autodidacta, Ramiro Rasguño entró en contacto con una de las últimas vanguardias organizada en un conglomerado de disidentes de casi todo: los Neorrevocadores de Gutagamba, un heteróclito grupo de creadores visuales que, para confortar su ánimo y asegurar su estabilidad emocional, habían abrazado el credo anabaptista.
El grupo cohesionado por el prestigioso intelectual calabrés Ajax Precioso Olivo, reivindicaba como una alternativa a lo convencional de la práctica artística, la gomorresina sólida, el amarillo como portador de valores enteros y la corrupción de perfiles, técnica y procedimiento que   dominaban con autoridad competente.
  
Componían el elenco artístico, entre otros muchos disconformes, artistas como Emiliano Mediatinta, Abel Urchilla, Antonio Marco o Esquicio Boceto. Este último era un artista enteco, sobrio sospechosamente admirador de la música pronazi de Carl Orff y bebedor empedernido de absenta.
Emiliano Mediatinta era francamente rechupado y practicaba un nuevo gusto por la nolición mientras que Marco y Urchilla formaban un dueto rupestre cuya evocación del Pleistoceno era evidente.


Durante un tiempo breve pero intenso de fraternal camaradería Ramiro Rasguño, unido al grupo con ánimo esperanzado, disfrutó de los gualdados placeres de la gutagamba, esa gomorresina sólida que hacía soñar con los umbríos bosques de la India misteriosa, los salvajes limones del Caribe y la irrenunciable franja central de la bandera patria.

Al inicio de la temporada de aquel año, se llevó a cabo una muestra conjunta del grupo en los salones del Montepío de la Divina Pastora que constituyó un resonante éxito y una de las exposiciones más visitadas del año. En la invitación al acto de inauguración se rogaba a los asistentes que, en homenaje a la gutagamba, vistiera cada uno una prenda gualdada o bien un conjunto áureo de su predilección



Una de las obras de Ramiro Rasguño,”Sinfonía gualdada”, gutagamba sobre cartón bruñido ,445 x 660 cms. Colección privada.

Un poco por gusto y otro tanto por capricho, Emiliano Mediatinta acudió a la inauguración vestido de plátano, Esquicio Boceto siempre italianizante en sus gustos, vistió de amarillo de Nápoles, Urchilla y Antonio Marco se ocultaron bajo un manto de cárdeno ambarino de modo que Ramiro Rasguño, con pocas opciones ya y muy a su pesar, tuvo que vestirse de espárrago.



Tras una intensa época almacigada, con esos recuerdos del lentisco en la que nuestro visual artista reflejó en sus lienzos y tablas los diversos momentos de las áureas labores en los campos estivales y los retratos de algunos mandarines, época que se reconoció por quien podía hacerlo como un período transplasticista, Ramiro Rasguño emprendió la tarea de embadurnar grandes paneles.
Estos paneles estaban confeccionados con la imagen digital de la  piel de las castañas pilongas minuciosamente ordenadas por tamaños y el resultado fue calificado de resplandeciente. Fue entonces, al finalizar este brillante trabajo, cuando Ramiro Rasguño tuvo una visión que relató en su diario personal.

“Apareció un ángel que hablaba conmigo y me dijo: alza tus ojos y mira lo que aparece, yo le dije, ¿qué es? y él me respondió, es un habitante de Efá que aparece, yo le dije, ¿está en la web? y él me dijo, ahí tienes la iniquidad. Si no estás en la web será destruida tu casa en la tierra de Senaar y tu memoria se borrará de la faz de la Tierra. Toda olla en Judá será consagrada a la web y cuantos sacrifiquen, vendrán, las tomarán y cocerán en ellas y no habrá en aquel día más mercader que el de la web.
Yo alcé mis ojos y ví claramente una web volando, él me preguntó, ¿qué ves?, y yo respondí, veo una web de veinte mil codos de largo y cuatro mil de ancho, que vuela. Él entonces me dijo, escucha la voz. Veo lo que yo he desencadenado, dice aquel que hace ventanas y es el dueño de las puertas y caerá sobre la casa del que en falso jura por mi nombre y permanecerá en medio de su casa hasta consumir maderas y piedras

No fue de forma inmediata como Ramiro Rasguño pudo comprender esta visión apocalíptica pues hubo de llevar a cabo un largo proceso para establecer algunas conclusiones provisionales con las que poder seguir adelante.
En primer lugar aceptó con serenidad el hecho de que había que estar en la web, como el territorio de Efá, como la piel de las castañas pilongas, como su tío Mauricio que suele subir a las redes sociales las fotografías de la boda de su primo en Bali y todo ese tipo de cosas que tanto a él como a los Neorrevocadores de Gutagamba les parecían  deleznables. Los tiempos estaban cambiando, Bob Dylan tenía razón.
Siguió reflexionando y comprendió, no sin esfuerzo, que el arte tenía la misión de crear una magia sugestiva que contuviera al mismo tiempo el objeto y el sujeto, el mundo exterior al artista y al propio artista por innovador, inconformista o albarazado que éste fuera. Más tarde, un jueves a mediodía, tomó conciencia de su profunda aspiración a traducirse, al tiempo que se resignaba a aceptar que ninguna comprensión ni conocimiento podría desentrañar el misterio de la obra de arte, de ese arte que él deseaba revocador, mestizo por ser cromáticamente cuarterón de chino, absolutamente transplasticista y lo más moderno posible.
Pero para llegar a realizar esa profunda aspiración traductora resultaba imperativo reflexionar sobre sí mismo y, de esta manera, tras un breve escarceo con el yo, el superyó, y el ello, se imaginó la interacción entre las dos esferas representativas de los dos primeros individuos. Fue un desastre pues las emanaciones morales del superyó esclavizaron al yo dejándole completamente inservible y sin la más mínima capacidad de iniciativa. Decidió entonces establecer contactos entre el yo y el ello por ver de mejorar los resultados y esta vez la interacción de ambos produjo el desprendimiento de una forma arquetípica, un crisol hirviente, un caos,  una sopa muy alimenticia a la que pensó que no sería imposible llamar arte.
Habiendo pues aceptado todo esto y recordando la amenaza del ángel, decidió entrar el la web. Estuvo un buen rato paseando por entre los vericuetos de ese inmenso territorio pues la navegación que todos decían practicar en mares tan agitados, a él le ocasionaba unos mareos insoportables. En tal paseo estaba cuando, por puro azar, que sobrevino brujuleando de web en web, se encontró sin pincharlo ni vincularlo, con Don José Ortega y Gasset que, a través de esos caminos virtuales, estaba de tertulia con su realidad ejecutiva. Estaba el filósofo paseando con ella, al modo peripatético por el Jardín de los Frailes junto al monasterio de San Lorenzo de El Escorial mientras se veía a sí mismo en su andar visto por dentro. Tras cruzar algunas breves frases, Don José Ortega y Gasset, acabó por convencerle de lo imprescindible de la metáfora al recordarle lo del árbol como espectro de una llama muerta.

- No se fije usted en el árbol, amigo Rasguño, le comentaba Don José Ortega y Gasset, vea usted el árbol transfigurado, el árbol sentimental, usted que está trabajando, según he podido saber, con la piel de los frutos del castaño, tiene una buena ocasión para acometer plásticamente la imagen metafórica de la pilonga en esos hermosos paneles. Intervino entonces la realidad ejecutiva de Don José Ortega y Gasset para explicar que el objeto creado a través de ella es un objeto nuevo en sí mismo, un objeto estético distinto del real e incluso del psicológico.
Esto es una metáfora, un juego tan intrascendente como el arte mismo, un nuevo objeto que tiene que sonar en verde, como el violín de Fluxus, para anteponer la vida a la cultura y al arte.

 

Don José Ortega y Gasset con unos amigos contemplando la realidad ejecutiva del filósofo. San Lorenzo de El Escorial.

Fascinado por esta última intervención de la realidad ejecutiva de Don José Ortega y Gasset, Ramiro Rasguño no podía apartar la vista de su rubia cabellera cuyos dorados reflejos proyectaban una luz divina sobre las laderas de Abantos. Sin que apenas pudiera darse cuenta y, lo que es peor, sin haber alcanzado a verlos venir, Amor hirió su corazón con  tan dulces venablos que cegaron por completo su entendimiento. Ramiro Rasguño cayó profundamente enamorado de esta filosófica entidad y comprendió que ya no podría vivir sin ella ni un día más. Venciendo a duras penas su timidez que solía manifestarse en momentos como aquellos, se dirigió a ella por escrito y con gran con decisión.


 Distinguida señorita:

He tenido la fortuna de conocerla a usted junto con su inseparable acompañante, ese gran pensador de imperecedera memoria, por medio de este motor de búsqueda cuyo nombre no acierto a pronunciar
 sin sentir que estoy haciendo gárgaras. Obsesionado hasta el día de hoy en la búsqueda de una nueva expresión visual transplasticista, no he acertado a reconocer los apremios de mis más profundos anhelos amorosos. Hoy comprendo que no es la gutagamba lo que llenará mi vida y colmará mis deseos, no es el sonido de ese amarillo que a Wassily Kandinsky le llevaba, al parecer, hasta el arrobo ni es el ámbar que aprisiona en sus entrañas al insecto diluvial, quien conformará mi existencia de artista, por no mencionar la gualdada piel de la castaña que ha perdido para mí todo interés.
 Es usted, señorita, esa bellísima realidad ejecutiva que se adueñó de mi corazón y de los lóbulos frontales de mi cerebro en el jardín de los Frailes. Usted que me ha hecho comprender la vigencia de los nuevos objetos que junto a usted han conocido una nueva realidad. Ahora, y gracias a usted entiendo la piel de mis castañas y la entiendo tanto en sus cómo  como en sus para qué. Ahora están en su contexto y en él funcionan haciéndose inteligibles. La amo por todo ello y se lo confieso en estas torpes líneas en las que vuelco mi alma de neorrevocador de gutagamba arrepentido y renegado. Cegado por su hermosura, afectado de acromatopsia cerebral por los reflejos de su áurea realidad tan ejecutiva, ya no distingo los colores del mundo, ya ni siquiera me interesa el amarillo que era la razón y el pilar sobre el que sustentaba mi
arte neorrevocador, ya no vivo sino para el recuerdo de aquella tarde escurialense.
Ya sé que es usted la realidad ejecutiva de Don José Ortega y Gasset, pero no me importa, no soy celoso, Dios me libre, no obstante, de ser un obstáculo entre usted y Don José Ortega y Gasset pues no soy de los que separan parejas ni de los que rompen
familias, pero, ahora lo veo, la amo y esto es irreversible.
Renunciando a otros encuentros en la web que, siendo virtuales no siempre son virtuosos, podríamos salir alguna tarde a pasear por el parterre del Retiro o por la Ribera de Curtidores. Lo dejo a su elección. Sin embargo, abriré una cuenta de correo en Yahoo cuyo fonético apelativo enciende mi ánimo en un grito de esperanza. Ya se lo adelanto, será: rasguñoysuejecutiva@yahoo.es.
No es gran cosa, lo comprendo pero, a más a más, soy propietario de un apartamento en Las Vistillas y una casita adosada en Chapinería.
Sin otro particular quedo a su entera disposición y suyo afectísimo q. b. s. m.

Ramiro Rasguño Agudo


Pasaron varias semanas en las que Ramiro Rasguño esperaba cada día con ansiedad la contestación de ella pero ésta no se produjo sino dos meses más tarde y en términos descorazonadores.


Muy señor mío:

Lamento participarle que no puedo acceder a su propuesta de iniciar unas relaciones amorosas. Soy un ente, un concepto, una realidad ejecutiva que ni siquiera disfruta de una iconología propia, menos aún de una forma simbólica. Es cierto que estuve cerca de grandes pensadores, científicos e intelectuales de diversas disciplinas pero sin llegar a mayores. Hace años estuve muy próxima a Erwin Panofsky que decía idolatrarme, estuve en su pensamiento pero no llegué a amarle pese a que
siempre me trató con respeto y consideración. Y es porque nunca tuve suerte con los historiadores del arte y menos aún con los artistas visuales ni con los plásticos que nunca me parecieron tan maleables como se pretende sino más bien frágiles y quebradizos. No conozco, por otra parte, a su
familia, ni su tercer apellido, aunque siendo Agudo el segundo, me agrada. Ignoro por completo su factor Rh, si es positivo o negativo, menos aún el momento en el que el antígeno empieza a ser expresado en sus glóbulos rojos. Desconozco además el estado actual de su liquidez bancaria y sé que no me encontraría a gusto en Chapinería.
No quiere esto decir que no merezca usted una realidad ejecutiva como yo, incluso con mayores merecimientos  que yo en todos los órdenes, pero, por lo que a mí respecta, no veo con buenos ojos las parejas mixtas.
Escribe Emmanuel Kant en su Crítica de la Razón Pura:” En la primera clase de las antinomias, la falsedad de la suposición consiste en que lo que se contradice (a saber, un fenómeno como cosa en sí) estaría representado como susceptible de hallarse unido a una noción.”
Convendrá usted conmigo que, a buen entendedor, pocas palabras bastan y lo anteriormente citado es suficientemente expresivo.

Agradeciéndole su amable oferta quedo suya afectísima.

Firmado R. E.



Ramiro Rasguño tardó mucho tiempo, años quizá, en superar este rechazo pese a sus muy razonados argumentos. Con el corazón destrozado, abandonó la práctica artística y al grupo de neorrevocadores de gutagamba. Obtuvo un empleo de supervisor en un matadero de aves en Quintanar de la Orden y malvendío el apartamento en Las Vistillas. Unos meses más tarde donó el adosado de Chapinería a
una institución benéfica dedicada a acoger a pintores afectados de acromatopsia cerebral irreversible.
Como dice el refrán: “Quien más pone, más pierde”. Indica que en los asuntos de la vida, por ser de suyo, imperfectos, el que los acomete con más calor y entusiasmo suele recibir como pago mayor amargura y desilusión.

Laus Deo







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