Alma Espinosa
Una tarde de otoño en los jardines de Praga
Alma
Espinosa nació en Praga el 4 de marzo de 1867 y fue la segunda hija habida en
el matrimonio formado por Katerina Didulicka Finelius y Venceslao Espinosa
Poborosky, aristócrata descendiente de emigrados españoles afincados en Olomouc,
una de las más bellas ciudades de la región de Moravia ,en las postrimerías del
siglo XVIII. Su infancia transcurrió en una hermosa mansión de estilo barroco
con escalinatas de mármol, rodeada de extensos jardines diseñados a la manera
versallesca. Ya en esta feliz primera etapa de su vida, Alma Espinosa mostró una
especial predilección por los insectos, afición heredada de su padre don Venceslao, que los coleccionaba cuidadosamente
ordenados en vitrinas, en la biblioteca de la mansión familiar. Dedicaba Alma
Espinosa una atención especial a
los Lamelicornios que son los que
pertenecen a la familia de los Pentámeros. Esta familia no fue una elección
casual ni caprichosa pues la joven mostró muy pronto, junto con su vocación
entomológica, una gran delicadeza y una inclinación por lo bello en cualquiera
de sus manifestaciones, y es bien sabido que los Lamelicornios constituyen una
de las más bellas familias del Orden de los Coleópteros.
Son varias las tribus que se conocen dentro
del grupo de los Lamelicornios a saber, los coprófagos, sencillos y laboriosos
comedores de mierda en
todas sus variedades, los arenícolas, como el Bolboceras, provistos de dos
mandíbulas exógenas, sencilla y cóncava la una y bidentada la otra, los
pecticornes y los jilófilos cuyo máximo exponente es el famosísimo Scarabeus,
por quien Alma Espinosa mostraba verdadera pasión.
Una tarde dorada de otoño, cuando los parques de
Olomouc mostraban, nostálgicos del estío, sus rutilantes colores tornasolados,
Alma Espinosa paseaba por el frondoso jardín de la mansión familiar cuando tuvo
ocasión de observar las andanzas sincopadas de un auténtico Geotrupo Falangista,
un jilófilo que iba y venía sobre un oloroso montón de estiércol.
Magnífico ejemplar, pensó la joven fascinada por
los rítmicos contoneos del escarabajo que trazaba sus trayectorias con
milimétrica precisión. Alma Espinosa, de natural callada y reflexiva, no era
proclive al vano parloteo propio de las muchachas austrohúngaras de su edad, de
manera que su carácter introvertido era una singularidad mal aceptada en el
denso círculo social en el que se desenvolvía la familia Espinosa-Didulicka. En
varias ocasiones sus padres, don Venceslao y doña Katerina habían tenido que
llamar la atención a su adorada hija reprendiéndola cariñosamente, ante los
silencios tan prolongados de ésta que, a su entender, rayaban en la
descortesía. Pero aquella tarde de otoño, Alma Espinosa sintió la imperiosa
necesidad de hablar con el jilófilo. Inclinándose lentamente hacia abajo por
temor a espantar a tan espléndido ejemplar de Geotrupo Falangista, se dirigió a
él pronunciando sus palabras con voz
queda y con una cuidada vocalización:
Qué hermosa tarde, ¿no es cierto?
Qué hermosa tarde, ¿no es cierto?
El Geotrupo, que
escarbaba con ahínco en el húmedo mantillo, contestó con naturalidad sin dejar
de seleccionar las más sabrosas briznas:
Así
es, ya no son frecuentes tardes tan templadas en esta época del año.
Nacía en aquel momento una sincera amistad.
Nacía en aquel momento una sincera amistad.
Scarabeus, que confesó ser jilófilo de
tercera generación y tener su residencia junto a los macizos de boj, mostraba
un talante abierto y cordial, al tiempo que ofrecía a la joven una redondeada
porción de estiércol:
Esta es exquisita, ponderó, sin fertilizantes artificiales,
lleva algún resto de lombrices frescas y perfumes de romero con unas notas de
hierba luisa.
Scarabeus hablaba un lenguaje de metálico acento y de agudas aristas sonoras pues su lengüeta, oculta por la barba, estaba visiblemente inconexa y truncada en su extremidad anteroposterior.
Scarabeus hablaba un lenguaje de metálico acento y de agudas aristas sonoras pues su lengüeta, oculta por la barba, estaba visiblemente inconexa y truncada en su extremidad anteroposterior.
Sentada al borde de la pequeña montaña de
mierda, Alma Espinosa recogió con cuidado el obsequio y lo guardó en una redoma
de plata que siempre llevaba colgada al cuello.
Gracias, amigo mío, lo guardaré para la
merienda.
Iba cayendo la tarde y los nuevos amigos
ya se miraban a los ojos con dulzura. Las sombras de los macizos de boj
crecidos salvajemente, cubrían el césped que brillaba ahora con la humedad de la incipiente escarcha
y el sol del otoño agonizaba escondido tras un espeso manto de nubes cuando los
amantes hablaban quedamente en susurros entreverando sus miradas.
Era un Megasoma,
exclamó súbitamente Alma Espinosa bajando los ojos, no era un verdadero Scarabeus.
Sus tarsos dentados en la mitad inferior, evidenciaban un cuerpo muy abultado
que se prolongaba en unas fuertes mandíbulas dilatadas por la base. Recuerdo
que los palpos maxilares estaban provistos de tres artejos cada uno, el último
más largo que los precedentes, oblongo y de un color pardo casi negro, con un
tubérculo muy grueso y el coselete, generoso, con dos cuernos muy fuertes, los
élitros casi lisos y un poco plegados cerca de la sutura. Sucedió en Cayena, un radiante día de
verano, cuando mi hermana Desirée molía pimienta secada al sol del trópico y
mis padres paseaban por la playa.
Scarabeus supo en ese instante que Alma
Espinosa se estaba refiriendo a su primo Porrupus, pues era casi imposible
encontrar otro Mesonema en las playas de Cayena y en aquella época del año,
pero no quiso entristecer a su nueva y ya inseparable amiga sin tener la
certeza absoluta.
Fue inevitable, Alma Espinosa quería
excusarse con una dolorida ansiedad reflejada en su semblante:
Se cruzó en mi camino corriendo enceguecido en persecución de una larva de rutela, yo ví que estaba hambriento y es todo lo que puedo recordar. Murió dulcemente, bajo mi zapato izquierdo, una lágrima resbaló por la mejilla de la joven, guardé su cadáver en un relicario de cristal de Bohemia y aquella noche no pude cenar.
Se cruzó en mi camino corriendo enceguecido en persecución de una larva de rutela, yo ví que estaba hambriento y es todo lo que puedo recordar. Murió dulcemente, bajo mi zapato izquierdo, una lágrima resbaló por la mejilla de la joven, guardé su cadáver en un relicario de cristal de Bohemia y aquella noche no pude cenar.
Scarabeus
permanecía en silencio, con el coselete fruncido en un gesto de dolor. Al cabo
de un rato se decidió a hablar:
Je suis galvanisé, abasourdi, j´ai le coeur gros ce soir.
C´ètait mon cousin Porrupus sans doute.
Scarabeus sabe que en francés, los acentos metálicos de su lenguaje de Geotrupo, totalmente inadecuados en esos momentos de dolor, desaparecen evitando así tensiones desagradables.
C´ètait mon cousin Porrupus sans doute.
Scarabeus sabe que en francés, los acentos metálicos de su lenguaje de Geotrupo, totalmente inadecuados en esos momentos de dolor, desaparecen evitando así tensiones desagradables.
Es tarde, debo volver a casa, se excusó
Alma Espinosa para no seguir ahondando en la herida, si necesitas algo
mantendré abierta la puerta de mi dormitorio durante toda la noche.
Scarabeus quedó solo sobre el estiércol
viendo caer las últimas sombras de la tarde.
Alma Espinosa agitó suavemente su pañuelo perfumado mientras
se alejaba:
Si no vienes esta noche lo entenderé, pero mañana te esperaré junto a las azaleas hasta que vengas. Te amo.
Si no vienes esta noche lo entenderé, pero mañana te esperaré junto a las azaleas hasta que vengas. Te amo.
Fotografía de Kristen Hatgi.