domingo, 8 de agosto de 2010

Lecturas de verano. Dos visiones de la música


El violinista. Gouache y grattage sobre papel estucado.



Nada tan enriquecedor como lo contradictorio y como aquello que nos hace cuestionarnos cosas, sentimientos y deseos. He disfrutado de la música (de cierta clase de música cuyas características no es el momento de especificar) desde mi más temprana edad. Ocasionales lecturas de verano me llevan a enfrentarme a dos de los grandes: Nietzsche y Tolstoi y a leer sus escritos acerca de la música. El primero en el contexto de sus Aforismos y el segundo dentro de la terrible ficción de una novela prohibida en su momento, Sonata a Kreutzer, en la que vuelca sus ideas más extremas. Suena la música, las Variaciones Goldberg de J. S. Bach, por ejemplo, y leo desconcertado los textos de estos dos grandes.
Yo también me llamo Erik Satie, como todo el mundo.


Sin música la vida sería un error.

El oído, órgano del miedo, ha podido desarrollarse con la riqueza con que lo ha hecho, tan sólo en la noche y en la penumbra de cavernas y bosques oscuros, de acuerdo con el modo de vivir de la edad medrosa, es decir, de la edad humana más prolongada que ha habido: en la claridad diurna el oído resulta menos necesario. De ahí el carácter de la música, arte de la noche y de la penumbra.

¿Porqué todos los músicos son malos escritores, sin oído para el ritmo, sin rigor en el acorde de los pensamientos?. La música relaja la capacidad de pensar y afina extraordinariamente el oído.El impreciso simbolizar, el contentarse con eso.

Friedrich Nietzsche. Aforismos.


(....) Estaban tocando la sonata a Kreutzer de Beethoven. ¿Conocen ustedes el primer presto? ¿Lo conocen? exclamó. Ah! ¡Qué terrible cosa esa sonata! ¡Sobre todo ese movimiento!. Y, en general, ¡qué terrible cosa la música!. ¿Qué es exactamente?. No lo sé. ¿Qué es la música? ¿Cuál es su acción?. ¿Y porqué actúa como lo hace?. Se dice que la música actúa de manera que eleva el alma...¡qué estupidez, qué mentira!, hablo por mí, pero de ninguna manera para elevar el alma, ni de forma que la rebaja, sino para exasperarla. ¿Cómo decirles?. La música me obliga a olvidarme de mí, a olvidar mi verdadera condición, me transporta a un estado que no es el mío; bajo la influencia de la música, tengo la impresión de que siento lo que en realidad no siento, que comprendo lo que no comprendo, que puedo lo que no puedo. Explico esto diciendo que la música actúa como el bostezo, como la risa, no tengo sueño pero bostezo viendo a alguien bostezar; no tengo motivo alguno para reír, pero río escuchando reir a alguien.
La música me transporta de golpe, inmediatamente al estado de alma en el que se encontraba el que la escribió. Confundo mi alma con la suya y con él paso de un estado a otro, pero ignoro porqué hago esto.
El hombre que escribió, digamos la sonata a Kreutzer, Beethoven, sabía la razón por la que se encontraba en ese estado que le llevó a ciertos actos, también para él ese estado tiene un significado, para mí ninguno.
Es por eso que la música no hace sino irritar, no infiere. Si por ejemplo tocan una marcha militar, los soldados desfilan a su ritmo y la música alcanza su objetivo; tocan una danza, yo he bailado durante ese tiempo, la música ha alcanzado su objetivo; han cantado misa, he comulgado, la música ha vuelto a conseguir su objetivo; dicho de otro modo no se trata mas que de una sobreexcitación y ¿qué se puede hacer en tal estado?. Nada. Es la razón por la cual la música ejerce una acción tan terrible, tan temible.(...)
Leon Tolstoi. Sonata a Kreutzer.

4 comentarios:

Laubert dijo...

Dos audiciones de la escultura.

Me coloqué en el centro de la sala y enseguida percibí que el ruido natural del museo llegaba hasta mí principalmente a través de las puertas abiertas -dos, una a mi espalda y otra enfrente, un poco a la derecha-, por las que entraba y salía la gente a un ritmo aproximado de cinco personas por segundo, según pude calcular. Mi amigo Samuel nos dijo todo lo que se le ocurrió sobre aquella escultura de Stroenberg hacia la que Helena y yo estábamos orientados. Traté de percibir esos matices que describía en aquél bulto invisible de tres metros de altura por ciento cuarenta y cinco centímetros en su perímetro más ancho, que venía a coincidir con el centro mismo de la escultura, un ángel acromo sin alas cayendo sin remedio hacia el centro imaginario del universo. Los susurros de los visitantes tropezaban ritmicamente en la estatua, distorsionándose y dispersándose sin orden, más o menos como sucede con las semifusas en la música de Chick Corea. La entrada y salida de los visitantes era constante y sucedía con una frecuencia estable, por lo que sus pasos en el mármol tenían una cadencia de chaston paiste. Las voces de los niños me llegaban como baquetazos en el plato medium y las reconvenciones de sus padres hacían las veces de Garros, el contrabajista de Jacques Lussier.
Cuando salimos del museo, mi amiga Helena, que también es ciega, me dijo que ella había oído claramente la música alegre de Benny Goodman acompañado por Wilson, Hampton y Krupa. Ese fue el principio de nuestro alejamiento definitivo. Estaba claro que nunca nos entenderíamos. Ahora vive con Samuel y yo me he ido de París. Mi amiga Stella me lee sus escritos de verano y ha accedido a transcribir esto que le he dictado.
Un saludo.

Enrius dijo...

Es muy sugerente su relato acerca de las audiciones de una escultura de Stroenberg cuya existencia, como artista de tal especialidad, ignoraba yo y sigo ignorando.
¿Está usted seguro sr. Laubert de que su amigo Samuel le indicó correctamente el nombre de este misterioso escultor?
En realidad da igual pues lo interesante son las distintas percepciones sonoras que la contemplación mental de la escultura suscitaron en su amiga Helena y en usted.
Puede que a Samuel le gustara más Benny Goodman que Chick Corea o que fingiera tal preferencia para ganarse las de Helena. El amor o el deseo también son ciegos.
Las inquietantes opiniones de Tolstoi con respecto a la música encuentran su corolario en la que supongo dolorosa separación de dos invidentes.
Yo también tengo una amiga llamada Stella, es bellísima pero se cobró con un cuadro de paisaje marino, de buen tamaño, la traducción al alemán que me hizo de la presentación de un catálogo de mi primera exposición en Austria.
Siempre lamentaré este desmesurado pago de sus servicios y mi excesiva largueza al concederlo. Pero, ya digo, Stella es bellísima.
Dígale a la suya que el apellido del autor del estupendo "Play Bach" se escribe Loussier.
Con la edad soy cada vez más maniático de la ortografía aunque los nombres propios sean permisivos con ella.

Laubert dijo...

Querido señor, el joven escultor que cito en mi humilde relato murió hace dos años en un desgraciado accidente en Perú, cuando su carrera comenzaba a destacar. Yo escuché y percibí la escultura mencionada en la retrospectiva que el Museo de Montpellier realizó con su deslumbrante obra. En los medios que está de moda consultarlo todo no están todos los que son, ni son todos los que están, como seguramente habrá comprobado usted en tantas ocasiones.
Con respecto al magnífico pianista francés, Loussier, el error cometido en la transcripción de su nombre se debe a mi pronunciación bretona y al desconocimiento de la música que padece mi joven amiga Stella, transcriptora de lo que lee usted como de mi autoría.
No tendré en cuenta sus apreciaciones sobre la amistad de Samuel o sobre sus intenciones con respecto a mí, porque hago caso de lo que me lee Stella de su disfunción anímica a causa de la edad, pero entenderá que por menos se podría uno enfadar con mucha razón. Si tiene usted un blog e invita a participar, o si tiene usted una trampilla para pillarle los dedos a los que le escriben comentando sus entradas es cosa que no me importa, pues he participado libremente y sin coacciones. Mi discapacidad permanente me impide aceptar retos a primera sangre, si es lo que se sigue a las protestas sobre su comportamiento en este blog, y siento por tanto responder protegido por esta circunstancia que en tantas ocasiones me priva de una vida plena.
Espero que atempere usted su ánimo y sea mejor anfitrión, y no espere que por su edad le vayan a perdonar siempre su comportamiento infantil.

Roland Laubert

Enrius dijo...

Señor Laubert.
En la primera parte de su comentario explica usted, con razonable convicción, tanto la existencia del citado escultor, tristemente fallecido, como el explicable error ortográfico de su amable transcriptora.De esta forma quedan correctamente explicados ambos particulares, pero a continuación adopta usted un tono en el que creo observar un posible resentimiento por su orgullo herido y considero que no hay motivo para ello. Si en su primer relato en esta entrada me hace usted saber a mí y a los posibles lectores de la misma, la relación de amistad tanto con el llamado Samuel como con la señora Helena y las circunstancias en las que esta relación se sitúa, no entiendo porqué se ofende con mi , acaso aventurada , suposición con respecto a los motivos del llamado Samuel para preferir la música de Benny Goodman. Si me cuenta usted la historia tendrá que aceptar que yo forme una opinión al respecto por aventurada que ésta pueda parecerle. Al escribir, por persona interpuesta, que no tendrá en cuenta mis apreciaciones debido a lo que usted califica de disfunción anímica, da la sensación de que me perdona usted la vida, pero he decirle que no padezco ese mal sino una simple manía por la precisión ortográfica lo cual no es pecado que deba usted perdonarme ni tampoco razón para su enfado.
Pero el asunto llega ya a la exageración cuando menciona usted su incapacidad para mantener un duelo a primera sangre como consecuencia de un imaginario reto que se pudiera deducir de mis palabras escritas.
Mi ánimo está debidamente atemperado y me considero un excelente anfitrión en este modesto blog en el que atiendo puntualmente todos y cada uno de los comentarios que en él se inscriben.
Ahora le diré algo que puede que le sorprenda. Ha ocultado usted su identidad bajo el seudónimo de Laubert pero yo sé que en realidad es usted Pustchmann, nacido en Breslau y cantor de Görlitz.
Usted y yo nos conocimos en San Petersburgo en aquella inolvidable visita a las Fortalezas de Pedro y Pablo tras nuestro fortuito encuentro en El Ermitage. Fuí yo quien le ayudó a subir al "Aurora", fondeado en las turbias aguas del Neva, y quien tuvo la deferencia de ir explicándole las caracteríticas de aquel histórico acorazado.
Niéguelo si es su deseo pero sepa usted que entre las constantes innovaciones que BLOGGER nos ofrece a los editores de blogs, acabo de incorporar a este un mecanismo informático que evita lo que ahora se da en llamar "phishing" o suplantación de la personalidad y que trabaja contra los continuos fraudes en la red.
Esto es todo lo que tengo que decir.