lunes, 30 de agosto de 2010

ER en la caída de Constantinopla




Jamet Pachá, un oscuro personaje al servicio del sultán otomano Mehmet II El Conquistador, en su condición de Visir, había conocido en sueños la tan discutida existencia del Efecto Retroactivo y sospechó que este misterioso ente podía constituír, si conseguía su colaboración, un arma secreta y definitiva para llevara a cabo la tan ansiada caída de Constantinopla. Por medio de ciertos conjuros cuya formulación y detalles no vienen al caso y además quedan rigurosamente prohibidos en el Código de Buenas Práticas en La Red, Jamet Pachá consiguió la presencia de ER en El Bósforo y tras algunos intercambios y promesas de importantes recompensas tanto en metálico como en las mercaderías y especies que ER suele desear para su consumo personal, ambos personajes llegaron a un acuerdo que permaneció secreto.
Terminada la construcción de la fortaleza de Rumeli Hissar destinada a exigir derechos de tránsito en Los Dardanelos, Jamet Pachá llevó hasta las murallas de Constantinopla una parte de ER transformado en un enorme cañón sin retroceso, del calibre ciento ochenta y tres, con una elevación de 40º, una potencia de fuego de seis obuses por minuto y un alcance de diez millas, aproximadamente.
Lejos estaba el Emperador Constantino de sospechar la existencia de esta poderosa entidad, travestida en arma mortífera, que podría haber sido la ruina inmediata del Imperio Bizantino.
Efectuada la transmutación de ER, los quince mil jenízaros de Mehmet II, al mando de Jamet Pachá, arrastraron esta monstruosa pieza avanzando con tan desmesurada máquina de guerra hasta los baluartes de la ciudad imperial y ante el pavor de los asediados que ya se daban por muertos con la sola visión del mecanismo. Ignoraba Mehmet II la verdadera naturaleza del enorme cañón y el acuerdo al que había llegado su Visir con ER, pero el destino iba a castigar esta actitud belicista del ente que, a decir verdad, no había tenido precedentes en sus largos e históricos paseos por el espacio-tiempo.
El terrible asedio a que había sido sometida Constantinopla y el demoledor bombardeo del ER fueron valientemente rechazados por Giustiniani, el más audaz paladín del Emperador Constantino, que en un golpe de mano de alta estrategia hizo estallar en pedazos el cañón de los turcos que ya sabemos que era ER disfrazado.
Llegada la noche, Giustiniani y un puñado de valientes voluntarios amparados por la oscuridad alcanzaron la cueva donde ER solía dormitar de tanto en tanto, reducido su tamaño al de un cañón sin retroceso de las expresadas características, y con la habilidad de un cirujano maxilofacial, el audaz paladín del Emperador insertó un anillo de platino e iridio de un metro de diámetro (que hoy se conserva en París) disminuyendo de manera casi imperceptible la boca de fuego através de la cual ER lanzaba sus mortíferos obuses. Fue tal la habilidad de Giustiniani para insertar el anillo que ER ni siquiera se movíó sumido en profundo sueño.
La del aba sería cuando los otomanos se dispusieron a  reanudar su voraz bombardeo, pero al efectuar su primer disparo el anillo de platino e iridio insertado por el valiente Giustiniani impidió la salida del obús que explosionó en el interior de ER ocasionándole terribles heridas de pronóstico reservado.
Herido de tal manera en su orgullo y en los más de siete metros que había perdido en la explosión, el ente tras recriminar a Jamet Pachá su estúpida idea, saltó hasta el Polo Norte para iniciar una convalecencia.
Bien es verdad que este doloroso episodio no impidió la caída de Constantinopla en donde miles de aterrorizados ciudadanos se habían refugiado buscando santuario en Santa Sofía y a la espera del Santo Advenimiento, que ya empezaba a retrasarse.
Orgulloso y sin contemplaciones Mehmet II envió a su Visir al exilio , entró triunfante en Constantinopla y se dirigió directamente a Santa Sofía con su cortejo de quince mil jenízaros. Allí, la multitud seguía esperando la llegada del Cordero pero, visto que no acababa de llegar, hubo de resignarse con la presencia de Mehmet II el cual informó con toda solemnidad que, de forma irreversible y desde ese mismo momento, quedaba instaurada la confesión islamita.
ER hubo de pasar más de dos años en el Polo Norte hasta que desaparecieron sus cicatrices y recuperó la autoestima.

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