sábado, 20 de marzo de 2010

La ascensión al monte El Corvo. y 3


Donde se revela toda la verdad

3/1
Malacena

Seguramente porque la elección de las viandas para la cena no fue la apropiada, y también porque se juntó al estómago incómodo el nerviosismo desbocado, como de chiguita, descansé tan mal y tan poco que cuando se hizo de día me quedé dormida tumbada sobre la colcha de la cama, a medio vestir, se conoce pensé: bueno, una cabezadita no me vendrá mal. Y es que no estaba acostumbrada a no dormir y, claro, a nada que se me relajó el enervamiento me quedé roque y no me desperté hasta bien entrada la mañana. Me sentía confusa y de mal humor, había soñado que Petrarca me reñía y me decía que no me iban a esperar. El caso es que salí a la plaza del Mercado, vestida de esa manera tan ridícula y me encaminé por las escalerillas de los soportales hacia la calle Sagasta, para cruzar el Puente de Hierro y bajar luego por donde han estado toda la vida las huertas del Ebro. Pero entonces todo aquello estaba en obras porque andaban trazando el paseo fluvial que hay ahora. Me desvié por el camino que se dirige hacia la ermita del Cristo, dejando a mis espaldas el Frontón Adarraga y después la ermita y también la presa de La Guillerma (todavía no habían construido el puente nuevo que llaman ahora el Cuarto Puente o de Sagasta) encaminándome hacia la parte sur del Corvo que, a nada que te vas acercando, te das cuenta de lo feo que es. En el relato de Francesco Petrarca resulta todo más bucólico, y dice entre otras muchas bellezas que si …el día establecido partieron de casa, que si llegando a Malaucène, acercándose a la ladera septentrional del Mont Ventoux… pero yo no podía imaginar ni siquiera que El Corvo tuviera parte septentrional alguna. El Corvo no es una mole inaccesible, como el Ventoso, pero tiene una inclinación incómoda, polvorienta y sin interés alguno desde cualquier punto de vista que lo veas.
Dice Petrarca que dijo el poeta: El trabajo ímprobo todo lo vence, aunque no nombra al optimista que esto escribió, porque hay que ser un poco cebollo inconsciente o preuniversitario para quedarse tan pancho afirmando esto que es, a todo los efectos, una fanfarronada macedonia de vasco, de cura vasco, para ser más precisa. Porque bien es sabido que se vencen las cosas a veces sin esfuerzo alguno y, otras veces, por más que te empeñes, nada. Mi empeño era por vencer la agorafobia enfrentándome a ella, aunque no sabía de qué manera habría que hacerlo si aparecía y me tiraba al suelo.
Y allí estaba para ello, por vencerme a mí misma conmigo misma, al pie del monte El Corvo, feo y polvoriento, empotrado en un barro seco que cortaba las gomas de las chiruca como si en lugar de barro serían filos de acero, rodeado el otero de algunas industrias desangeladas, y salpicado allí y allá de rastros de vegetación pobre y grisácea, sin gracia ninguna. Es verdad que a la vista de tanta incuria (recordé lo que había dicho don Luis de aquel lugar), por un momento, pensé volverme a casa.




...a la vista de tanta incuria...


3/2
Vilitall

Pero comencé a subir la primera cuesta, levemente inclinada al principio, siguiendo como senda las huellas dejadas en el barro por los ciclomotoristas que practicaban allí motocross. Se oía a lo lejos el martilleante agudo de los motorcillos en pleno esfuerzo, subiendo y bajando cuestas coronadas por un polvo gris marengo que enseguida se empezó a adherir a mi ropa. En ese momento, por primera vez, utilicé con algún sentido el bastón que hasta entonces no había sido más que un engorro.
Al rato de empezar a caminar me dio un sofoco que me recordaba los sufridos durante la menopausia, pero que no parecía tuviera nada que ver con la agorafobia, por lo que lo dejé estar, aquellos calores estaban vencidos hacía mucho tiempo y no me preocupaban ya nada en absoluto.
Un poco más arriba, tras unos matorrales que parecían de mentira vi a un grupo de jovenzuelos fumando como si les fuera la vida en ello, por lo que deduje que estaban fumando lo que ellos llaman costo, que viene a ser cannabis, más o menos, y que lo hay en presentaciones diferentes (¿sabría don Luis sobre esta práctica en El Corvo?, ¿era a esa incuria a lo que se refería?). Se reían bastante, pero no de mí, que podría haber sido, sino porque los efectos de este fumable euforizante dicen te hacen perder el control de la risa, aunque no tanto ni tan exageradamente como suele sucederles a los primerizos, y estos chavales lo parecían. Esto no lo sé por propia experiencia, sino por lo que contaban Urbano y Koldo sobre el asunto.
Al remontar un recodo que tenía alguna dificultad, más que nada por el barro, oí el estruendo de una moto que se me venía encima, la vi elevarse sobre mi cabeza como un quebrantahuesos, y caer pocos pasos a mi espalda. Los chavales que debían haber visto la escena rompieron a reír aún más fuerte. Qué jodidos. Ahora sí se reían de mí.
Aún con el susto sin salírseme del cuerpo creí ver tras otro de esos matorrales, que parece mentira tuvieran vida alguna, a un hombre tumbado, con los pantalones en las rodillas, pero que bien mirado resultó eran dos hombres en posición invertida, recostados de lado, y uno le succionaba el pene al otro. Lo que se dice un 69 entre varones. Volví la cabeza hacia otra parte, aún me quedaba mucho trecho por caminar cuesta arriba y no era cosa de molestar a nadie. Y a partir de ese momento empecé a cruzarme con varios solitarios paseantes, de aspecto francamente horroroso, que se dedicaban a observar de lejos los arbustos habitados. Deduje eran eso que llaman voyeurs. Tras una roca polvorienta al girar un recodo de los que componen el zigzag de la subida me encontré a uno que se masturbaba mirando hacia una zarza, y lo hacía sin vergüenza o protección alguna, seguramente en la confianza de que otros voyeurs le observaran a él, porque además de mirón debía ser también exhibicionista.
Ahora entendía a qué incuria se refería don Luis.



(...)se masturbaba mirando hacia una zarza(...)




...motodeportistas...

3/3
Moratio

Tratando de hurtar la vista de pajilleros, motodeportistas, mirones y de los que le daban al fumeque, me desvié hasta una roca que coronaba un farallón polvoriento. Además, se había echado la tarde y tenía hambre. Desde allí se veían las murallas de Laguardia y, un poco más lejos la Sonsierra, al otro lado del Ebro. El paisaje estaba salpicado de vidueños ya vendimiados, con ese aspecto desolado con el que se quedan las cepas a finales de octubre, antes de la poda. Mientras pelaba una manzana con la única herramienta de la navaja mil usos que he usado en mi vida (¿se habrá cortado alguien alguna vez las uñas con la tijerilla?), saqué de la mochila el relato de Petrarca y anduve repasando sus pasajes y hasta me daba la risa pensando que el poeta hubiera sabido que alguien utilizaría su esmerada carta a un pater (el relato está escrito para un cura amigo suyo) para esta aventurilla de subir hasta la cima de El Corvo. Este monte no sería ni siquiera un hijuelo del Ventoux, uno de esos que Petrarca subió y bajó muchas veces, cruzando hondonadas y vallejos, sin conseguir llegar a la cima hasta que casi había desistido de hacerlo. Al llegar por fin a la cima, Petrarca se entrega a la reflexión moral metafórica y, privado de sentido, contempla la creación e imagina el entorno bajo sus pies y las nubes: Si no he escatimado tal sudor y esfuerzo para que mi cuerpo estuviera más acerca del cielo, ¿qué cruz, qué prisión, qué suplicio debería espantar al alma cuando está acercándose a Dios, inflamada y a punto de conquistar la cima de la gloria y el destino humano?... ¿Cuántos habrá que no se aparten de este sendero ya por temor a las dificultades, ya por deseo de comodidades?...
Casi me vino el deseo de gritar aquello que leía, pero me retuvo el hecho de que todos mis compañeros de ascensión o recreo eran hombres, y mal encarados. Volví la vista hacia abajo y los vi afanándose cada uno en lo suyo, resaltándose por la pendiente sus cuerpos contra el paisaje logroñés, cortado por el foso del río en el que se reflejaba la luz de la tarde. Mirando hacia arriba vi que no me quedaba mucho para llegar a la cima y que la agorafobia no se presentaba e incluso los calores postmenopáusicos habían desaparecido. Por lo que decidí seguir aunque sólo fuera por decir que llegué hasta el final. Me animó también el hecho de que los paseantes no llegaban tan lejos y que los motoristas habían dejado de deslizarse por las pendientes. Subí despacio y al llegar a la planicie que constituye la cima del El Corvo vi al fondo a un muchacho que lloraba desconsoladamente, con los pies colgando hacia el abismo y se me encogió el corazón y enseguida se me expandió hasta ocupar todo el pecho, todo ello en una fracción de segundo. Me senté a unos metros a su espalda considerando la posibilidad de dirigirme a él, por si le podía ayudar en algo.
Desde donde yo estaba, a unos veinte o treinta metros, le veía de cintura para arriba, enmarcado por el impresionante León Dormido, azul y vigilante, que entraba poco a poco en las sombras de la tarde.




...también le vi el culo...


3/4
Enali

Así estuve un buen rato, viendo cómo se estremecía la espalda de aquel joven de pelo corto, hombros estrechos y cuerpo liviano, aunque bien mirado no parecía tan joven, desde mis cincuenta y tantos podía calcular que no llegaría quizá a los cuarenta. Se fue calmando y al poco se levantó despacio… y fue entonces cuando me di cuenta de que llevaba falda, una de esas faldas hippies, como vaquera. Se sacudió la tierrilla de las piernas y el culo con rabia y también con mucha gracia, como si quisiera asegurarse de que no quedaran restos de su estancia en aquel lugar. Por un momento consideré si sería un travestido, dado el ambiente del monte, pero no, era una mujer de unos cuarenta años, menuda y guapa.
Y entonces me vio ella y se dirigió hacia mí con mucha decisión. Me preguntó (una voz preciosa) con cara de pocos amigos si llevaba mucho tiempo ahí. Le dije que no mucho y le pregunté por su disgusto. Sin contestarme volvió al lugar en el que había estado sentada y comenzó a descender por un camino empinado e incómodo. Fui tras ella advirtiéndole de que el camino de vuelta por la otra parte era más fácil y menos peligroso. Pero como no me hacía caso la seguí con mucho esfuerzo hasta alcanzarla en un recodillo. Y entonces se echó a llorar de nuevo y muy escandalosamente. Se dejó caer al suelo y yo me senté a su lado sin saber qué hacer. Lloraba y protestaba sobre lo injusto que es el mundo, y sobre cosas inconexas que yo no conseguía hilar, y de pronto se puso a patalear tumbada todo lo larga que era sobre la tierra.
Desde allí el paisaje era mucho más bonito y se empezaban a ver los puñaditos de luces de Lanciego y Oyón, y más lejos los de Viana y otros aún más lejos. Hice algunos comentarios sobre esto y ella me gritó que me fuera y me daba pataditas, más que nada porque pataleaba y porque yo estaba muy cerca. La falda se le abrió por la abotonadura frontal como si fuera la concha de un muergo que saca sus tentáculos al aire y vi sus piernas hasta cintura, y como los tentáculos hacían aspavientos también le vi el culo, con la braga que se le hundía en la separación de las nalgas y cuando se volvía se veía que la braga se acintaba también sobre el sexo mostrando a ambos lados una pelambrera hirsuta, probablemente afeitada o recortada.
Otra vez volvió a encogerse y expandirse mi corazón, pero ahora se aceleraba por momentos. La agorafobia, pensé, y lo dije en voz alta. Me va a dar la agorafobia. No sé qué es lo que entendió, pero se calló inmediatamente. Eres una escandalosa insufrible, ¿sabes?, dije después de un rato.
La tarde estaba llegando a su fin y ya asomaba la noche sobre El Corvo. Comencé a hablar en voz baja, contándole el por qué de subir allí, y le leí un pasaje de la Ascensión al Mont Ventoux de Petrarca: Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos… Y luego continué hablándole de mis miedos al infinito vertical, mis estudios en la universidad para mayores. Ella seguía tumbada, escondida la cabeza entre los brazos, y yo no podía quitar mis ojos de sus piernas de muergo.


...Ella seguía tumbada, escondida la cabeza entre los brazos...



Roter Adler



y 3/5
Lavida

Así estuvimos mucho tiempo, se hizo la noche y se abrieron los capullos de las estrellas en el cielo. Pensé -no soy una inconsciente y pensé en todo-, si no estaría con una loca o una buscona que subía a El Covo en busca de aventuras. Pero su voz era pausada cuando no lloraba, inspiraba confianza y me dijo, saltando y suspirando sobre su relato de una parte a otra sin orden alguno, como si sería una chavalilla, que acababa de vivir el peor día de su vida, hasta que había aparecido yo, como caída del cielo. Y dije yo que precisamente eso era lo que trataba de evitar, caerme del cielo, de la inmensidad de la vida, del miedo de mis ideas a la realidad de mis acciones y casi sin darme cuenta me encontré frente a sus labios y a su olor a tomillo y cuando empezó a desabrocharme el ridículo pantalón me di cuenta horrorizada de que mi sexo era por demás exuberante y que nunca me había rasurado las ingles y se lo dije, y se rió de mis bragas de sargento mientras me las bajaba hasta los tobillos, y en ese momento me sentí enamorada por primera vez en la vida. Y yo no soy de las que para follar han de sentirse enamoradas.
Hicimos el amor en todas las posturas imaginables, ni siquiera con Saturnino Uzqueta, el curita que sufrió el ostracismo en Logroño en los años cincuenta -y que a mis ojos fue el hombre más completo que he conocido-, ni siquiera con él reunidas las ocasiones que estuvimos juntos me corrí tantas veces, ni con tanta ilusión e inocencia. Vistas desde lejos, en aquél recodo del farallón al norte de El Corvo, representamos varias veces la postura que había visto durante el día tras las zarzas polvorientas, aunque ahora las invertidas eran mujeres, y una se orientaba de pies hacia el norte y la otra hacia el sur, recostadas de lado, dando el culo de una hacia Navarra y el de la otra hacia Álava, y no me hubiera importado que me miraran los riojanos alaveses, los riojanos navarros o los riojanos logroñeses porque, desde luego, no me hubiera detenido sino la policía.
Pensé con pena en don Luis, pena por él y por todo lo que la vida le había quitado, y en la incuria del monte El Corvo. Aunque hacía frío yo tenía calor y los quejidos de aquella mujer me volvían loca, literalmente loca. Y pensaba como a fogonazos en lo que les contaría a Koldo y a Urbano, y en la tristeza de mi soledad y en Mornessi y las campanadas de media noche tumbada en mi cama de la plaza del Mercado, esperando que llegara el sueño o el día.
No quisimos saber la hora cuando volvimos a bajar el monte por el lado que lo había subido yo. Yo sabía que mis días de senderismo solitario habían acabado y que quería seguir conociendo a esta mujer en su casa o en la mía, y cenar con ella, y desayunar mañana y todos los días siguientes de mi vida que, seguramente, sería más corta que la suya.
Descendiendo (dadas las dimensiones de El Corvo sería más justo decir: bajando) aún nos cruzamos con paseantes noctámbulos con linternas, pero ya no me importaba nada. Y por lo que sé ahora, a Alicia tampoco.

10 comentarios:

Ana dijo...

Muy interesante este relato, pero ¿quién es esta Chari Cenzano?
Me ha gustado mucho.

Enrius dijo...

Estimada y desconocida Ana:

Dado que Chari Cenzano ya explicó en la primera parte del relato que no comentaría nada acerca de su historia y siendo como es una colaboradora habitual de este blog, creo que será mejor que yo le aclare que Doña María del Rosario Cenzano y su amante Alicia,pareja de hecho desde hace muchos años y residentes en Logroño, son quienes dicen ser en sus intervenciones. Y las protagonistas de esta hermosa y heterodoxa historia de amor.
Me alegro de que haya usted disfrutado con su irresistible ascención al Corvo.
Un saludo.

Enrius dijo...

Por cierto, se me olvidaba, Ana.
¿Quién es usted?

Ana dijo...

Yo solo quería decir si esta señora había escrito otras cosas y si estaban publicadas, porque me gustaría seguirla.
Por aquí me dicen que no han encontrado nada en Google con ese nombre y que por eso pensamos que es un seudónimo y que igual el autor de los dibujos es también el autor del escrito. Que da igual, pero era por leer otras cosas de ella, porque estamos seguros de que no puede ser que sea su primera obra.
Yo sólo soy Ana, una chica que le gustaría poder llegar a escribir sin ninguna vergüenza, como Chari, y no tener que esperar tantos años como ella, si es que es verdad lo que dice. Aunque que no creemos que sea primeriza, no puede ser. Pero ya le digo que da igual.
¿Va a sacar aquí más escritos? Porque si su vida es toda así sería una gozada poderla leer.
Gracias por contestarme.

Dionar dijo...

Yo lo he visto recomendado por Macavity en blackpowrisng.blogspot.com
Y es la bomba.

Anónimo dijo...

Dionar, quieres decir: blackpawrising.blogspot.com
que lo has escrito mal.

Enrius dijo...

Estimada Ana:
Yo creo que las primeras aventuras literarias de Chari vieron la luz en este lugar y ante la aceptación generalizada de sus intervenciones, se fue animando, con ayuda de Ali,a manifestarse por escrito.
Por esa razón dudo que se encuentre en Google nada acerca de nuestra logroñesa y si el tal Dionar, que aparece ahora, sabe de algo, pues ya lo dirá.
No sé si Chari sacará aqui otros textos pero la animo a usted a que lo haga con los suyos si ninguna vergüenza.
Lo literario,sea o no autobiográfico, siempre es una mezcla de realida y ficción.
Vale.

Ana dijo...

Pues sí señor, si usted pincha en el blog que le dije que está dirigido por una mujer que firma como el personaje de Cats, Macavity, hay un apartado de recomendaciones: Caugth my eye, en el que recomienda el relato de Chari Cenzano. La imagen es de uno de los dibujos que aparecen hacia la mitad de la entrada, supongo que de usted.
Dionar no es un chico, es una amiga mía. Y supongo que el anónimo que viene después es otra amiga que dice que no les lee pero que ya veo que sí lo hace.
¿Por qué son tan desconfiados los chicos?
¿Vale?

Dionar dijo...

Tú no dijiste nada del black pow, que te lo dije yo y además fui yo también la que escribió aquí esa dirección que no te enteras porque eres una mandona, Ana.

O. dijo...

Estas chicas parecen virus primaverales, aparecen y desaparecen enseguida. Están por ahí, van y vienen. Pero, por primaverales, me alegran un poco la vida. Y además se van.

Qué esfuerzo tan grande el de Chari, y qué tesón el de Enrius... pero qué pocos resultados compensatorios. Por esto y por cosas así mi desgana, mi inactividad, mi abulia asténica.