miércoles, 24 de marzo de 2010

Ascensión al monte El Corvo. Por Chari Cenzano



PRÓLOGO

De a poquitos, en grupos de años que abarcan una década, más o menos, se va pasando la vida, la mía, tal y como la veo mirando hacia atrás; y dividiendo mentalmente trocitos de tiempo, me barrunto últimamente lo pequeños que serán los grupitos que aún no he vivido si es que por suerte me tocaría vivirlos, que ni sé. Esto me hace recordar a Aquiles y la tortuga de Zenon.
Cada paquetito de minutos, horas y años que forma el conjunto de mis más de 80, tiene alguna efeméride que los señala y distingue y así me hace posible recordarlos y señalarlos por esto o por aquello. El de la ascensión al monte El Corvo, que prometí contarles cuando reuniría las fuerzas necesarias, es el acontecimiento que señala el fin de mis días como senderista solitaria, ya hace un grupito o dos o tres de años pasados. Quiero decir que andaba yo por los cincuenta y tantos.
Y si Enrius, que todo lo puede en este lugar, querría hacer con esto que voy a contar un apartado o entrada autónoma se lo agradeceríamos yo y Alicia, que me corrige todo esto que escribo ahora y que escribiré sucesiva y seguramente, e incluso podría ser que Enrius quisiera ilustrarlo con las imágenes que decidiera le irían bien al relato. Lo haría yo misma de saberlo hacer o de tener fotos de aquello que fue la ascensión y descenso de ese otero al oeste del Monte Cantabria, a la entrada del término municipal logroñés, o sea, a la salida de Álava, que es donde coge la entrada a La Rioja y concretamente a Logroño por esa parte.
Ya he leído en lo de La Flor Azul que O declina la invitación de su hermano para encabezar con dibujos suyos, o lo que sería, éstos que serán mis relatos seriados, es decir: de a pocos. No importa, ni se lo tengo en cuenta, de verdad. No sé si hará otro tal su hermano mayor, al que no le pediría nunca jamás que hiciera nada exprofeso para cada uno de los capítulos, faltaría más, pero como hacía antaño cuando ilustraba en El País, podía encontrar alguno de esos millones de dibujos suyos que le cayera bien a lo que escribiría yo. Pero no hay necesidad de tanto, si mis relatos no se sostienen por sí mismos en nada le favorecerían los buenos trabajos de Enrius (que sabe jugar con la casualidad haciendo que se convierta en consonancia buscada lo que fuera pieza sin norte), incluso podrían rebajarlo a la altura que seguramente merecen, señalándo con el dedo acusador.
Sea como resulte finalmente, iré enviando los 3.000 folios (es broma, no creo que lleguen ni a 10) en los que relato lo que fue aquello de subir y bajar El Corvo, tratando yo entonces de revivir una aventura romántica, artística y literaria, que había leído en mis tiempos de universitaria tardía y habían vivido tantos otros a través del tiempo. Pero las cosas no son por cómo empiezan, sino por cómo acaban. Y ahí, creo yo, está el interés de contarlo y someterlo a sus generosos comentarios hipnalistas.
Considérese pues, esto que digo ahora como un prólogo al relato. En lo sucesivo firmaré mi envío numerando los capítulos. Así, este prólogo continuará en el capítulo 1/1 para terminar en el 3/5.Los nombres que preceden a los capítulos a modo de subtítulo tienen para mi un sentido nemotécnico porque de ese modo, al recordar el acontecimiento en El Corvo, surge la retahíla un poco silogística que encadena los episodios que componen el relato:Modengen,Colmari,Dineonac,Momessi,Dingenas,Phoebi, Malacena,Vilitall,Moratio, Enali y Lavida

martes, 23 de marzo de 2010

La ascensión al monte El Corvo 1.


Cogito, ergo sum



Capítulo 1/1
Modengen.

En aquellos primeros meses de universidad, mezclados los mayores con los jóvenes, el profesor de Ética, don Eugenio Alba y Dulín, se interesó varias veces por mis conocimientos y por los de los otros tardíos, recomendándonos lecturas concretas para que nos resultara más fácil entender lo que él explicaba, que eran cosas y conceptos que siempre estaban llenos de referencias a autores y libros que generalmente no conocíamos. Aquél otoño del curso 1986/87 me lo pasé leyendo de todo, y perdiéndome muy agobiada en todos los textos que resultaban ser pozos sin fondo; y estando yo así con las cosas muy revueltas me diagnosticaron un brote de agorafobia porque me sentía tan sola y pequeña en la inmensidad insondable que comenzaron a darme pánico los grandes espacios del campus e incluso caminar a la orilla del Ebro si no iba con alguien cogidita del brazo. Tuve pesadillas en las que las nubes del cielo se me derrumbaban sobre la cama y me axfisiaban, o soñaba desesperadamente que me caía al Ebro y que la corriente me arrastraba al centro del río desde el que no se veían las orillas, porque el Ebro parecía la desembocadura del Paraná, de decenas de kilómetros a lo ancho. Cosas así. En todos aquellos sueños yo era pequeña e impotente y siempre me hallaba en el centro de un mundo gigantesco que se movía rápido.
Como era evidente que mi neurosis era consecuencia directa de haber cambiado tan radicalmente de vida y que por ello me tenía que enfrentar a situaciones tan complejas, la forma de afrontarla no fue difícil, aunque resultó muy trabajosa. Aún no conocía a Alicia, porque de haberla conocido sin duda hubiera sido todo mucho más fácil.
Antes de matricularme en la universidad para mayores, aprovechando una oferta de jubilación anticipada, había dejado de forma definitiva mi trabajo de funcionaria en el Cuerpo de Correos y Telégrafos. Acababa de morir mi madre y había heredado algún dinerito y dos pisos hermosos. Así que puse uno en alquiler y vendí el otro. Yo acababa de cumplir los cincuenta y muchos y consideré que podría vivir estupendamente de las rentas y hacer algo que siempre me había gustado mucho, estudiar filosofía.


1/2
Colmari.

En realidad, lo que yo había querido siempre era estudiar algo, casi lo que fuera, por llegar al fondo de alguna cosa, lo que sería. Seguramente era un deseo que se venía de mi secreto agnosticismo impenetrable, tan contradictorio para alguien que, como yo, seguía acudiendo a misa regularmente y respetaba vagamente -siempre de puertas afuera- las pautas que me marcaba mi confesor y director espiritual, el pobre don Luis, coadjutor de la concatedral de La Redonda. Al haberme quedado soltera, cuidando siempre de mi madre (que era como un pajarillo inocente, aunque con muy mal genio), y siendo mi vida tan ordenada o predestinada, los problemas eran sólo problemillas y, los que hubiera los solventaba absolutamente al margen de Los Mandamientos y de las escrituras evangélicas, aunque no tuve nunca que asesinar a nadie, por poner un ejemplo, por más que lo hubiera hecho encantada y sin remordimiento alguno, lo único que me detuvo siempre en las cuestiones pecaminosas fueron las consecuencias que hubiera debido pagar en este mundo, ya que del otro mundo nunca consideré ni siquiera su existencia.
Así que como era mucho más fácil seguir aparentando ser una solterona recalcitrante, buena persona y cumplidora, seguí con mi papel (lo hacía estupendamente y sin darme cuenta) hasta que me asaltó el miedo a todo, no sé si a consecuencia de mis lecturas y nuevas compañías y conocimientos, o es que tenía que ser así, más tarde o más pronto, ya que casi todos nos caemos del caballo al menos una vez en la vida a no ser que la vida se nos acabe de pronto sin que tendríamos el pálpito de que fuera a suceder así.
Recuerdo que el primer escalofrío, seguido de un mareo repentino, frío y calor a un tiempo, y un profundo horror sin motivo, me sobrevino estando sentada en el centro de la hierba, a miles de kilómetros de cualquier cosa o persona, según me pareció cuando arranqué a sudar como una loca, incapaz de levantarme o de moverme siquiera. Cuando me repuse levemente señalé en el libro la frase que de alguna manera me pareció responsable de mi estado y que decía así: Para dar un ejemplo de las diferentes conclusiones que pueden extraerse del mismo material, Cornford adujo en favor de una datación temprana que “ningún escritor posterior podría haber evitado el influjo del mismo Platón y en particular del Timeo”. Para Festugière el extracto evidencia una ordenación del material cuyo “origen es exactamente el Timeo”.
Ahí empezaron los mareos y los miedos a la infinitud del mundo y el espacio. También supe que, mejor antes que después, debería apostatar.




Noscete ipsum


1/3
Dineonac.

La verdad es que, a pesar de ver tan claro que para poder seguir la vida sin chalarme completamente debía romper radicalmente con todo lo religioso que presidía mi mente a machamartillo y con ello los vagos pensamientos de fundamento mítico -aunque estaban en mí de modo más decorativo u ornamental que estructural-, a pesar de estar segura de que para no tener que seguir fingiendo debía comunicar al mundo mi renuncia al bautismo y a la fe en Cristo, lo fui dejando hasta que hace bien poco, ya con Alicia, celebramos por fin una ceremonia civil de la aceptación de la apostasía (tras el mal trago en la parroquia, más que nada por don Luis, que no entendía nada), con ropa nueva para el evento, pasteles y vino. Invité a algunas amigas de las antiguas, pero no vino ninguna, sólo acudió gente de la universidad y algunos otros nuevos amigos.
Pero volviendo al principio: En las navidades de 1986, Urbano Candeño y Koldo Espinosa, especialistas en psiquiatría y psicología respectivamente, me recomendaron una serie de acciones o actividades que ayudarían mi retorno al mundo de los cuerdos, o al menos, de los chalados tranquilos. Entre las acciones físicas que debiera acometer para mejorar mi estado me recomendaron la práctica deportiva, cosa para mí entonces impensable y, entre otras cosas que ahora no recuerdo, me aconsejaron llevar una vida sexual sana y satisfactoria. Y esto sí que me pareció de otro mundo, tanto que con sólo oírselo a Koldo me dieron los siete males de Timeo, con Cornford y Festugière mirando y Platón fisgando y reconviniendo que si esto que si aquello, hablando por boca de ganso, como siempre. Me puse fatal. No es que me importara contar a los cincuenta y tantos cosas sobre mi vida sexual hasta ese momento sin que me diera la risa nerviosa, no era eso (ya tenía la práctica de contarlo en confesionario pormenorizadamente y con un cierto regusto), sino que yo creía que a mi edad lo del sexo no era o debía ser sino un mal recuerdo mal recordado. Aparte de algunas masturbaciones de adolescente, cuya responsabilidad siempre se la endilgué al maligno que gustaba de enredarse entre mis bragas, tuve escasas experiencias -a pesar de que Alicia no se lo puede creer y no se lo cree-, y las olvidaba pronto, según me las confesaba. Tuve un novio fotógrafo, y en las traseras de su estudio me penetró muchas veces, hasta que un día descubrí que no sólo él podía tener un orgasmo, sino que también lo podía tener yo, pero no con él. Mi primer orgasmo brutal fue con un curita vasco que estaba apartado temporalmente de los sacramentos propios de su sacerdocio, por un problema de incontinencia sexual reiterada. Un domingo por la mañana, en la sede de Cáritas Diocesana, en la Avenida de Navarra, me corrí por primera vez, con Saturnino debajo. No sé si esta no es forma de contarlo, pero algo debía decir, aunque sólo fuera de pasada, de mi vida sexual antes de Alicia, cuando yo no sabía que también se podía amar a las mujeres.






Vida cotidiana en el País de Bergegio

lunes, 22 de marzo de 2010

La Ascensión al monte El Corvo. 2/1


Higiene mental, física y literaria.(..."leer libros que no estuvieran en el programa"...)


Cosas de la edad. (..."Pero, claro todo esto lo hacía siempre en grupo"...)

2/1
Mornessi

Los especialistas Candeño y Espinosa además de lo que ya he referido, me recomendaron un buen número de actividades y prácticas que debía hacer habituales en mi vida cotidiana, entre ellas bañarme durante una hora en sales de magnesio; beber dos litros agua; meditar durante al menos 30 minutos antes de acostarme, sentada en el suelo en una postura concreta que me enseñó Espinosa; no excederme en el consumo de grasas animales, tabaco, dulces, alcohol, picantes, tomate crudo, repostería y frutos secos; pasear una hora diaria sin detenerme; conversar exponiendo mis ideas, defendiéndolas honestamente; leer libros que no estuvieran en el programa académico (Candeño me regaló siete u ocho de Carlos Castaneda; y Koldo Espinosa -de quien fui muy amiga hasta 2004, año en que murió- me recomendó la lectura de Proust, Durrell, Dostoievski, Joyce, Beckett y Virginia Wolf). En fin, yo soy muy cumplidora e hice caso en todo lo que me aconsejaron, además de la ingesta puntual de varios remedios, algunos de los cuales aún tomo.Lo de la vida sexual sana no sabía ni cómo planteármelo,aunque por empezar de alguna manera me compré un consolador vibrador al que llamaba Mornessi en la intimidad.
En lo referente al deporte, después de varios intentos que resultaron muy vergonzantes, porque yo tengo un gran sentido del ridículo, decidí apuntarme a todas las marchas, clubes de senderismo y excursiones que se organizaban en La Rioja. Bueno, a todas no, quiero decir a unas cuantas. Me hice la Valvanerada y varias romerías, entre las que recuerdo especialmente la de Lomos de Orio, porque me cogí un pedo espectacular animada por el santero de la ermita, Luis Vicente Elías, que era un cachondo ilustrado. Pero, claro, todo esto lo hacía siempre en grupo y si me daba el vahído, como le llamaba yo, porque me seguían dando de vez en cuando, me aferraba como una lapa al primero que veía y le contaba mis penas y me llevaban al autobús o llamaban a un taxista. Es decir, que aunque el objetivo se suponía era que me enfrentara al espacio y a mi pequeñez al aire libre, como siempre lo hacía en grupo cuando me sobrevenía la agorafobia me amparaba en el grupo, que enseguida me rodeaba y socorría de tal forma que yo perdía las referencias a la lejanía del horizonte y a la inmensidad vertical del cielo, que era francamente lo que más me aplastaba. Eso de sentir sobre mi coronilla toda la inmensidad del cielo con sus cuerpos celestes, la energía y materia oscura, hasta los mismos bordes del tiempo y el espacio me aplanaba el ánimo hasta el punto de hacerme caer literalmente al suelo, como si sería fulminada.
Koldo y Urbano me recomendaron que tratara de organizarme alguna excursión yo sola, porque la soledad me obligaría a recurrir sólo a mi capacidad de lucha por y conmigo misma. Me auguraron que pronto vencería mis miedos fóbicos a la infinitud si sabía afrontarlo bien. Pero sola, Chari, insistían.
Y ahí fue cuando me puse a leer sobre viajes en solitario, apercibiéndome, además, de que todos los escritores y escritoras que me habían recomendado eran solitarios en grado sumo, como yo misma.
De todas las historias que leí durante el curso 1986/87, la que me emocionó más fue la novela de Dostoievski, Noches blancas. Pero yo no me identificaba con Nastenka, sino con el joven soñador y solitario, que no tenía nombre.



Leer a los clásicos



La historia cultural de Europa (..."Fiodor Dostoievski quien más me impresionó...)

2/2
Dingenas

De todos aquellos autores amigos, Carlos, Marcel, Lawrence, Fiodor, James, Samuel, Virginia, y algunos otros, fue siempre, y aún lo es, Fiodor Dostoievski quien más me impresionó; me gustaba y me emocionaba tanto que empecé a ver pasear por Logroño a los personajes de sus relatos, gente malvada y retorcida, al borde de la muerte y el olvido. Pero este autor no tiene libros de viajes ni excursiones propiamente dichas, por lo que tuve que buscar de otra forma y en otros libros. Me ayudaron mucho en la librería de Gumersindo Cerezo.
Y de esa forma, rebuscando, llegué a Tito Livio, que ya es llegar, que habla de las cosmografías de Pomponio Mela, quien refiere hechos de viajeros de la antigüedad, y entre ellos de un pasaje en el que Filipo II, rey de Macedonia y padre de Alejandro III, asciende al monte Hermo y desde su cima ve dos mares, el Adriático y el Mar Negro. Siguiendo por ahí encontré que además del propio Tito Livio había otros autores que ponían en duda se pudiera ver ambos mares desde la cima del Hermo o Hermón, porque esos autores; y entre ellos el lírico trovador Francesco Petrarca que se inclinaba más por creer que los macedonios en general y los Filipo sucesivos en particular, incluyendo a Megaloalexander, eran muy fantasmones, casi como si serían vascos. En esto estaba yo cuando me dejé engatusar por el provenzal que fue quien, según los historiadores del montañismo, hizo una ascensión al Mont Ventoux como quien va por ir, no por fantasmerías de vasco o macedonio, sin ansia alguna de conquista ni explotación agropecuaria o de lo que sería. Fue por ir, por contemplar. Que aunque es seguro mucha gente antes habría hecho lo mismo no habían considerado de interés contarlo o relatarlo.
Me centré finalmente en la excursión de Petrarca al Monte Ventoso porque consideraba yo que estaba más a mi alcance, siendo que junto a Logroño hay algunos oteros y montecillos que podrían tener las mismas características que el Ventoux, aunque menos altura. Concretamente hay dos muy a mano, el monte Cantabria y el monte El Corvo. Me decidí por El Corvo porque el Cantabria está demasiado cerca, a las puertas de Navarra, mientras que El Corvo está un poco más lejos, a la entrada en Álava. Y dicho así, como lo he expuesto, puede parecer que están a una distancia moderada, pero no; a nada que te vas de Logroño al este, cruzando el Ebro, apareces en Navarra, en el término municipal de Viana, y si te mueves al noroeste te plantas enseguida en el término municipal de Lanciego, que es ya Álava, Euskal Herria, y está lleno de abertzales idénticos (como dice Javier Krahe: idéntico a lo autóctono). Pero me caen mejor los alaveses, son más abiertos, dentro de lo que les cabe.



Camino de perfección. Un viaje iniciático (..."unas botas chiruca...y unos pantalones cortos"...)


2/3
Phoebi

Lucrum omnium, dice un historiador infame y localista que llamaban a Logroño los alaveses y navarros ya desde cuando empezaron a serlo. La verdad es que Vitoria/Gasteiz fue siempre una ciudad muy triste y Pamplona/Iruña muy aburrida, parece que Logroño/Logroño tuvo siempre más movimiento y puterío. Como las tres capitales están bastante cerca las unas de la otra, los vasconavarros más chistularis si querían juerga se venían a Logroño. Dicen. Vaya usted a saber. Lo cierto es que Logroño tiene guasa todo el año, insiste el historidador localista e infame cuyo ídolo es Pepe Blanco, pero que no es Pepiño Blanco el psicosociata, sino otro que cantaba y eso con Carmen Morell.
Yo decidí El Corvo porque estaba como kilómetro y medio más lejos que el monte Cantabria, sólo por eso. El monte es un erial, de escasa vegetación, mal conectado con la ciudad y rodeado de algunas industrias y bodegas que no hacen sino afear el entorno. Cuando le dije a don Luis que planeaba una excursión al monte El Corvo me dijo que ni se me ocurriera porque el lugar era víctima de la incuria. Pero ya hacía mucho tiempo que no le hacía caso y me preparé para el acontecimiento: mi primer senderismo sola. Así que me empapé bien de la ascensión de Petrarca al Ventoso y reuní todo lo que pensé me podía ser de utilidad durante la jornada al provenzal, según cuenta en su reato, no le pareció bien ninguno de sus amigos para acompañarle a tal empresa. Demasiado precavidos unos, tardos, cautos, impulsivos, lóbregos, joviales en exceso, torpes o prudentes por demás el resto. Vaya amigos, pensé. Yo, sin embargo, teniéndolos estupendos, no podía llevármelos conmigo, porque de eso se trataba, de poner a prueba mi fobia a los espacios abiertos o abiertísimos, venciéndola sola, con mi propia voluntad y sin ayudas exógenas.

Me compré unas botas chiruca, qué espanto, y me puse unos pantalones cortos de senderista llenos de bolsillos en los que sólo supe meter tonterías; un chaleco de pescador y una camisa de hilo blanco que se fue arrugando según me la abrochaba. Me peiné un moño muy prieto y me toqué con un sombrerito ridículo de tela vaquera que hasta tenía un bolsillito. Bastón, calcetines gruesos, braga y sujetador de algodón de punto gordo, gafas de sol de pasta oscura y mochila con agua, latas de pijadas, pan, frutos secos, higos. Bueno, todo eso que se lleva, ¿no?
Como les pasa a los niños, la noche anterior no pude pegar ojo.


Otro Mont Ventoux.Sierra de Gredos.Bajando a Lozoya desde Navafría. (..."la ascensión de Petrarca al Ventoso"...)

sábado, 20 de marzo de 2010

La ascensión al monte El Corvo. y 3


Donde se revela toda la verdad

3/1
Malacena

Seguramente porque la elección de las viandas para la cena no fue la apropiada, y también porque se juntó al estómago incómodo el nerviosismo desbocado, como de chiguita, descansé tan mal y tan poco que cuando se hizo de día me quedé dormida tumbada sobre la colcha de la cama, a medio vestir, se conoce pensé: bueno, una cabezadita no me vendrá mal. Y es que no estaba acostumbrada a no dormir y, claro, a nada que se me relajó el enervamiento me quedé roque y no me desperté hasta bien entrada la mañana. Me sentía confusa y de mal humor, había soñado que Petrarca me reñía y me decía que no me iban a esperar. El caso es que salí a la plaza del Mercado, vestida de esa manera tan ridícula y me encaminé por las escalerillas de los soportales hacia la calle Sagasta, para cruzar el Puente de Hierro y bajar luego por donde han estado toda la vida las huertas del Ebro. Pero entonces todo aquello estaba en obras porque andaban trazando el paseo fluvial que hay ahora. Me desvié por el camino que se dirige hacia la ermita del Cristo, dejando a mis espaldas el Frontón Adarraga y después la ermita y también la presa de La Guillerma (todavía no habían construido el puente nuevo que llaman ahora el Cuarto Puente o de Sagasta) encaminándome hacia la parte sur del Corvo que, a nada que te vas acercando, te das cuenta de lo feo que es. En el relato de Francesco Petrarca resulta todo más bucólico, y dice entre otras muchas bellezas que si …el día establecido partieron de casa, que si llegando a Malaucène, acercándose a la ladera septentrional del Mont Ventoux… pero yo no podía imaginar ni siquiera que El Corvo tuviera parte septentrional alguna. El Corvo no es una mole inaccesible, como el Ventoso, pero tiene una inclinación incómoda, polvorienta y sin interés alguno desde cualquier punto de vista que lo veas.
Dice Petrarca que dijo el poeta: El trabajo ímprobo todo lo vence, aunque no nombra al optimista que esto escribió, porque hay que ser un poco cebollo inconsciente o preuniversitario para quedarse tan pancho afirmando esto que es, a todo los efectos, una fanfarronada macedonia de vasco, de cura vasco, para ser más precisa. Porque bien es sabido que se vencen las cosas a veces sin esfuerzo alguno y, otras veces, por más que te empeñes, nada. Mi empeño era por vencer la agorafobia enfrentándome a ella, aunque no sabía de qué manera habría que hacerlo si aparecía y me tiraba al suelo.
Y allí estaba para ello, por vencerme a mí misma conmigo misma, al pie del monte El Corvo, feo y polvoriento, empotrado en un barro seco que cortaba las gomas de las chiruca como si en lugar de barro serían filos de acero, rodeado el otero de algunas industrias desangeladas, y salpicado allí y allá de rastros de vegetación pobre y grisácea, sin gracia ninguna. Es verdad que a la vista de tanta incuria (recordé lo que había dicho don Luis de aquel lugar), por un momento, pensé volverme a casa.




...a la vista de tanta incuria...


3/2
Vilitall

Pero comencé a subir la primera cuesta, levemente inclinada al principio, siguiendo como senda las huellas dejadas en el barro por los ciclomotoristas que practicaban allí motocross. Se oía a lo lejos el martilleante agudo de los motorcillos en pleno esfuerzo, subiendo y bajando cuestas coronadas por un polvo gris marengo que enseguida se empezó a adherir a mi ropa. En ese momento, por primera vez, utilicé con algún sentido el bastón que hasta entonces no había sido más que un engorro.
Al rato de empezar a caminar me dio un sofoco que me recordaba los sufridos durante la menopausia, pero que no parecía tuviera nada que ver con la agorafobia, por lo que lo dejé estar, aquellos calores estaban vencidos hacía mucho tiempo y no me preocupaban ya nada en absoluto.
Un poco más arriba, tras unos matorrales que parecían de mentira vi a un grupo de jovenzuelos fumando como si les fuera la vida en ello, por lo que deduje que estaban fumando lo que ellos llaman costo, que viene a ser cannabis, más o menos, y que lo hay en presentaciones diferentes (¿sabría don Luis sobre esta práctica en El Corvo?, ¿era a esa incuria a lo que se refería?). Se reían bastante, pero no de mí, que podría haber sido, sino porque los efectos de este fumable euforizante dicen te hacen perder el control de la risa, aunque no tanto ni tan exageradamente como suele sucederles a los primerizos, y estos chavales lo parecían. Esto no lo sé por propia experiencia, sino por lo que contaban Urbano y Koldo sobre el asunto.
Al remontar un recodo que tenía alguna dificultad, más que nada por el barro, oí el estruendo de una moto que se me venía encima, la vi elevarse sobre mi cabeza como un quebrantahuesos, y caer pocos pasos a mi espalda. Los chavales que debían haber visto la escena rompieron a reír aún más fuerte. Qué jodidos. Ahora sí se reían de mí.
Aún con el susto sin salírseme del cuerpo creí ver tras otro de esos matorrales, que parece mentira tuvieran vida alguna, a un hombre tumbado, con los pantalones en las rodillas, pero que bien mirado resultó eran dos hombres en posición invertida, recostados de lado, y uno le succionaba el pene al otro. Lo que se dice un 69 entre varones. Volví la cabeza hacia otra parte, aún me quedaba mucho trecho por caminar cuesta arriba y no era cosa de molestar a nadie. Y a partir de ese momento empecé a cruzarme con varios solitarios paseantes, de aspecto francamente horroroso, que se dedicaban a observar de lejos los arbustos habitados. Deduje eran eso que llaman voyeurs. Tras una roca polvorienta al girar un recodo de los que componen el zigzag de la subida me encontré a uno que se masturbaba mirando hacia una zarza, y lo hacía sin vergüenza o protección alguna, seguramente en la confianza de que otros voyeurs le observaran a él, porque además de mirón debía ser también exhibicionista.
Ahora entendía a qué incuria se refería don Luis.



(...)se masturbaba mirando hacia una zarza(...)




...motodeportistas...

3/3
Moratio

Tratando de hurtar la vista de pajilleros, motodeportistas, mirones y de los que le daban al fumeque, me desvié hasta una roca que coronaba un farallón polvoriento. Además, se había echado la tarde y tenía hambre. Desde allí se veían las murallas de Laguardia y, un poco más lejos la Sonsierra, al otro lado del Ebro. El paisaje estaba salpicado de vidueños ya vendimiados, con ese aspecto desolado con el que se quedan las cepas a finales de octubre, antes de la poda. Mientras pelaba una manzana con la única herramienta de la navaja mil usos que he usado en mi vida (¿se habrá cortado alguien alguna vez las uñas con la tijerilla?), saqué de la mochila el relato de Petrarca y anduve repasando sus pasajes y hasta me daba la risa pensando que el poeta hubiera sabido que alguien utilizaría su esmerada carta a un pater (el relato está escrito para un cura amigo suyo) para esta aventurilla de subir hasta la cima de El Corvo. Este monte no sería ni siquiera un hijuelo del Ventoux, uno de esos que Petrarca subió y bajó muchas veces, cruzando hondonadas y vallejos, sin conseguir llegar a la cima hasta que casi había desistido de hacerlo. Al llegar por fin a la cima, Petrarca se entrega a la reflexión moral metafórica y, privado de sentido, contempla la creación e imagina el entorno bajo sus pies y las nubes: Si no he escatimado tal sudor y esfuerzo para que mi cuerpo estuviera más acerca del cielo, ¿qué cruz, qué prisión, qué suplicio debería espantar al alma cuando está acercándose a Dios, inflamada y a punto de conquistar la cima de la gloria y el destino humano?... ¿Cuántos habrá que no se aparten de este sendero ya por temor a las dificultades, ya por deseo de comodidades?...
Casi me vino el deseo de gritar aquello que leía, pero me retuvo el hecho de que todos mis compañeros de ascensión o recreo eran hombres, y mal encarados. Volví la vista hacia abajo y los vi afanándose cada uno en lo suyo, resaltándose por la pendiente sus cuerpos contra el paisaje logroñés, cortado por el foso del río en el que se reflejaba la luz de la tarde. Mirando hacia arriba vi que no me quedaba mucho para llegar a la cima y que la agorafobia no se presentaba e incluso los calores postmenopáusicos habían desaparecido. Por lo que decidí seguir aunque sólo fuera por decir que llegué hasta el final. Me animó también el hecho de que los paseantes no llegaban tan lejos y que los motoristas habían dejado de deslizarse por las pendientes. Subí despacio y al llegar a la planicie que constituye la cima del El Corvo vi al fondo a un muchacho que lloraba desconsoladamente, con los pies colgando hacia el abismo y se me encogió el corazón y enseguida se me expandió hasta ocupar todo el pecho, todo ello en una fracción de segundo. Me senté a unos metros a su espalda considerando la posibilidad de dirigirme a él, por si le podía ayudar en algo.
Desde donde yo estaba, a unos veinte o treinta metros, le veía de cintura para arriba, enmarcado por el impresionante León Dormido, azul y vigilante, que entraba poco a poco en las sombras de la tarde.




...también le vi el culo...


3/4
Enali

Así estuve un buen rato, viendo cómo se estremecía la espalda de aquel joven de pelo corto, hombros estrechos y cuerpo liviano, aunque bien mirado no parecía tan joven, desde mis cincuenta y tantos podía calcular que no llegaría quizá a los cuarenta. Se fue calmando y al poco se levantó despacio… y fue entonces cuando me di cuenta de que llevaba falda, una de esas faldas hippies, como vaquera. Se sacudió la tierrilla de las piernas y el culo con rabia y también con mucha gracia, como si quisiera asegurarse de que no quedaran restos de su estancia en aquel lugar. Por un momento consideré si sería un travestido, dado el ambiente del monte, pero no, era una mujer de unos cuarenta años, menuda y guapa.
Y entonces me vio ella y se dirigió hacia mí con mucha decisión. Me preguntó (una voz preciosa) con cara de pocos amigos si llevaba mucho tiempo ahí. Le dije que no mucho y le pregunté por su disgusto. Sin contestarme volvió al lugar en el que había estado sentada y comenzó a descender por un camino empinado e incómodo. Fui tras ella advirtiéndole de que el camino de vuelta por la otra parte era más fácil y menos peligroso. Pero como no me hacía caso la seguí con mucho esfuerzo hasta alcanzarla en un recodillo. Y entonces se echó a llorar de nuevo y muy escandalosamente. Se dejó caer al suelo y yo me senté a su lado sin saber qué hacer. Lloraba y protestaba sobre lo injusto que es el mundo, y sobre cosas inconexas que yo no conseguía hilar, y de pronto se puso a patalear tumbada todo lo larga que era sobre la tierra.
Desde allí el paisaje era mucho más bonito y se empezaban a ver los puñaditos de luces de Lanciego y Oyón, y más lejos los de Viana y otros aún más lejos. Hice algunos comentarios sobre esto y ella me gritó que me fuera y me daba pataditas, más que nada porque pataleaba y porque yo estaba muy cerca. La falda se le abrió por la abotonadura frontal como si fuera la concha de un muergo que saca sus tentáculos al aire y vi sus piernas hasta cintura, y como los tentáculos hacían aspavientos también le vi el culo, con la braga que se le hundía en la separación de las nalgas y cuando se volvía se veía que la braga se acintaba también sobre el sexo mostrando a ambos lados una pelambrera hirsuta, probablemente afeitada o recortada.
Otra vez volvió a encogerse y expandirse mi corazón, pero ahora se aceleraba por momentos. La agorafobia, pensé, y lo dije en voz alta. Me va a dar la agorafobia. No sé qué es lo que entendió, pero se calló inmediatamente. Eres una escandalosa insufrible, ¿sabes?, dije después de un rato.
La tarde estaba llegando a su fin y ya asomaba la noche sobre El Corvo. Comencé a hablar en voz baja, contándole el por qué de subir allí, y le leí un pasaje de la Ascensión al Mont Ventoux de Petrarca: Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos… Y luego continué hablándole de mis miedos al infinito vertical, mis estudios en la universidad para mayores. Ella seguía tumbada, escondida la cabeza entre los brazos, y yo no podía quitar mis ojos de sus piernas de muergo.


...Ella seguía tumbada, escondida la cabeza entre los brazos...



Roter Adler



y 3/5
Lavida

Así estuvimos mucho tiempo, se hizo la noche y se abrieron los capullos de las estrellas en el cielo. Pensé -no soy una inconsciente y pensé en todo-, si no estaría con una loca o una buscona que subía a El Covo en busca de aventuras. Pero su voz era pausada cuando no lloraba, inspiraba confianza y me dijo, saltando y suspirando sobre su relato de una parte a otra sin orden alguno, como si sería una chavalilla, que acababa de vivir el peor día de su vida, hasta que había aparecido yo, como caída del cielo. Y dije yo que precisamente eso era lo que trataba de evitar, caerme del cielo, de la inmensidad de la vida, del miedo de mis ideas a la realidad de mis acciones y casi sin darme cuenta me encontré frente a sus labios y a su olor a tomillo y cuando empezó a desabrocharme el ridículo pantalón me di cuenta horrorizada de que mi sexo era por demás exuberante y que nunca me había rasurado las ingles y se lo dije, y se rió de mis bragas de sargento mientras me las bajaba hasta los tobillos, y en ese momento me sentí enamorada por primera vez en la vida. Y yo no soy de las que para follar han de sentirse enamoradas.
Hicimos el amor en todas las posturas imaginables, ni siquiera con Saturnino Uzqueta, el curita que sufrió el ostracismo en Logroño en los años cincuenta -y que a mis ojos fue el hombre más completo que he conocido-, ni siquiera con él reunidas las ocasiones que estuvimos juntos me corrí tantas veces, ni con tanta ilusión e inocencia. Vistas desde lejos, en aquél recodo del farallón al norte de El Corvo, representamos varias veces la postura que había visto durante el día tras las zarzas polvorientas, aunque ahora las invertidas eran mujeres, y una se orientaba de pies hacia el norte y la otra hacia el sur, recostadas de lado, dando el culo de una hacia Navarra y el de la otra hacia Álava, y no me hubiera importado que me miraran los riojanos alaveses, los riojanos navarros o los riojanos logroñeses porque, desde luego, no me hubiera detenido sino la policía.
Pensé con pena en don Luis, pena por él y por todo lo que la vida le había quitado, y en la incuria del monte El Corvo. Aunque hacía frío yo tenía calor y los quejidos de aquella mujer me volvían loca, literalmente loca. Y pensaba como a fogonazos en lo que les contaría a Koldo y a Urbano, y en la tristeza de mi soledad y en Mornessi y las campanadas de media noche tumbada en mi cama de la plaza del Mercado, esperando que llegara el sueño o el día.
No quisimos saber la hora cuando volvimos a bajar el monte por el lado que lo había subido yo. Yo sabía que mis días de senderismo solitario habían acabado y que quería seguir conociendo a esta mujer en su casa o en la mía, y cenar con ella, y desayunar mañana y todos los días siguientes de mi vida que, seguramente, sería más corta que la suya.
Descendiendo (dadas las dimensiones de El Corvo sería más justo decir: bajando) aún nos cruzamos con paseantes noctámbulos con linternas, pero ya no me importaba nada. Y por lo que sé ahora, a Alicia tampoco.

Grafiteros y pegatinas. Echarse a la calle.

Considerando el desolador panorama que presentan la actualidad política, la situación económica y aquello que antes se llamaba La cuestión social, todas ellas debidamente globalizadas, esta mañana he decidido echarme a la calle por no echarme al monte que, aparte de significar cosa diferente, me resulta, hoy por hoy, mucho más cansado.
Antes, de joven, yo hacía esto pertrechado de mis cuadernos de dibujo y de todos los trebejos adecuados para tomar apuntes del natural. Ahora , y en los alrededores de mi barrio, no sé porqué, voy más cómodo con la cámara de fotos. Suelo adoptar esta actitud y emprender estas caminatas sin ninguna idea preconcebida, de la misma manera que asisto a según qué exposiciones sean o no de arte, para ver qué me encuentro, para dejar que los motivos me llamen la tención que la suelo llevar suavemente distraída.
Al salir del Hipnal voy paseando por las proximidades de lo que siempre ha sido en Madrid, la autopista de circunvalación denominada, creo que por el MOPU (ahora Ministerio de Fomento), la M30 y hoy, por ese insaciable deseo apropiacionista del Ayuntamiento, se llama calle30. Cualquiera que transite por estos lugares, deambule por encima de sus pasarelas contemplando la vertiginosa verbena automovilística que allí se celebra a todas horas, puede pensar con cierta perplejidad en la primitiva denominación de esta calzada que respondía al nombre de Avenida de la Paz, o en aquel apasionante circuito de nuestra infancia, el Scalectrix, o en cualquier otra cosa menos en una calle.
Pero son los aledaños de esta vía los que han entretenido mi paseo mañanero y repito que iba a encontrar más que a buscar.
En los muros exteriores de la ya clausurada e histórica piscina Stella que asoma sus blancos perfiles racionalistas a la turbulenta calle30, me encuentro con los habituales grafitis cuyos autores se esfuerzan desde hace tantos años ya, por salir del anonimato escribiendo con llamativos caracteres sus señas de identidad y sus historias dibujadas con fumigadores golpes de spray. Hoy día los grafiteros conocen una dudosa edad de oro que sitúa su trabajo en diversos espacios de arte, show rooms o centros culturales de barrio lo cual desubica sus obras a cambio de dotarlas de una autoría reconocida que no todos valoran como un logro. Creo que los mejores profesionales del spray desean que sus huellas permanezcan en su lugar natural que es el espacio público, más o menos marginal, desafiando toda clase de legislaciones vigentes al respecto. Hay entre estos embadurnadores quien se limita a ensuciar paredes o mamparas sin más objetivo que darle gusto al gatillo disparando sin ton ni son sus torpes rúbricas que no denotan mas que escasez de ideas, hay artistas y hay chafarrineros nostálgicos de imposibles narraciones murales, hay virtuosos del aerosol y redactores de obscenidades de retrete.
Solo hay que echarse a la calle para encontrar también el variopinto universo de la pegatina publicitaria sobre soporte de mobiliario urbano que ,en realidad, es el verdadero motivo de esta entrada : la sorpresa de lo inesperado pegado al poste de una señal de tráfico.
Ante una de estas pegatinas que reproduzco en una de las fotos de abajo(descúbranla) y flanqueada por los habituales anuncios de cerrajeros económicos/servicio 24 horas, sólo se me ocurren preguntas: ¿Qué hace la imagen de ese conocido personaje pegada a un poste de tráfico?, ¿Quién decide colocarla en tan inusual lugar? ¿Anuncia algún servicio de atención especializada? ¿La falta de datos y señas supone gratuidad en las posibles prestaciones?, ¿Nos recuerda la necesidad de leer o releer las obras de este eminente autor? ¿O simplemente, que estamos todos locos?
A quien pueda interesar.


Asomada al balcón sobre la calle30.



¿Es una calle?


Neoexpresionismo narrativo.



Este es moderno, se considera un crak.



¿Qué hace aquí este señor? ¿Ilustra el anuncio del cerrajero asegurando que abre todas las puertas del inconsciente?





Mecánica Popular.Dedicada a su madre que es una santa.


Carente de ideas, no obstante se felicita.

martes, 9 de marzo de 2010

Otra crónica de viaje. Sorpresa en Puerto Panal

 
Piedra solar al pie de la escalera


 
La casa del arquitecto Pedro Bonta
 
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Testimonio fotográfico pordiceo. La misma piedra con dos indígenas de origen controvertido.
 
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Jorge Irazu cuida del asado
 
A orillas del Paraná Chico. Yo mismo

 
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A orillas del Paraná Chico. Margarita
 
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La Milagrosa
En septiembre pasado estuvimos, una vez más,en La Milagrosa con los Irazu Cavestany.Se trata de una hermosa chacra en Puerto Panal, cerca de Zárate, que Margarita Cavestany cuida como a la niña de sus ojos. Entre los muchos privilegios que proporciona un fin de semana en este lugar se cuentan los asados cuidadosamente atendidos por Jorge Irazu, las cabalgadas hasta las orillas del Paraná Chico,los paseos por el bañado, las veladas familiares con viejos álbumes de fotos y el silencio de las noches estrelladas en los que se puede contemplar los luminosos destellos de La Cruz de Sur.
Pero en esta última ocasión pude añadir a dichos placeres el inesperado descubrimiento de dos testimonios que no dudo en considerar documentos de incalculable valor.
Un vecino de Margarita, el arquitecto Pedro Bonta, nos invitó a conocer su casa, situada a poca distancia de La Milagrosa, mostrándonos con atenta hospitalidad los diversos espacios y los interesantes objetos que ha ido coleccionando en esta casa solar. Entre las diversos piezas de arte y diseño que nos iba mostrando el arquitecto me llamó la atención una enorme piedra situada al pie de la escalera que lleva a la segunda planta. Observando mi sorpresa, Bonta me explicó que se trataba de una peña viva perteneciente, al parecer, a la cultura de los antiguos aborígenes de Argentina, mapuches o querandíes. Frente a la roca anclada en el piso, Bonta había colgado en la pared la fotografía de una pareja de aborígenes junto al objeto sagrado.
No era el momento de entrar en controversias con tan amable anfitrión pero quedé absolutamente convencido de que la fotografía y el pedrejón no eran sino el testimonio de la presencia pordicea, y por lo tanto oparvorula, en el Rio de la Plata siendo, sin ninguna duda, el monolito, un hermoso ejemplar de piedra cipolina de las mismas caractrísticas de aquella con la que se había llevado a cabo la construcción de la Gran Musaka, descubierta en la segunda expedicion de Doña Homola de Cuvier. Evité, como es natural, cualquier tipo de discusión con el arquitecto acerca del origen de la piedra ollar al tiempo que le pedía permiso para fotografiar ambos objetos, que incluyo en esta entrada.
Volvimos a La Milagrosa y durante el trayecto le hice saber a Margarita el verdadero origen de valioso documento que su amigo guardaba en casa.
No se trata de ignorar los testimonios que ellos muestran con legítimo orgullo y creen ser propios de la cultura aborigen de Argentina.
Pero conviene adecuarse a la verdad histórica.
Luego, cada uno que crea lo que quiera.

lunes, 1 de marzo de 2010

Crónica de viaje de La Flor Azul











Jujuy es una provincia norteña que limita con Bolivia y Chile. Por dentro de nuestro país está rodeada por una provincia muy importante en riqueza y en tradición conservadora, Salta. Le dicen Salta la linda, porque lo es y porque los salteños son un poco creídos de que su tierra es bella. En el mapa, Jujuy tiene la forma de un zapato. La población de Jujuy está histórica, lingüística, culturalmente en continuidad con Bolivia. Se habla en ambos territorios quechua como segunda lengua. Es la lengua del imperio incaico que conquistó estas tierras hacia el 1400, antes de que llegaran los españoles, en la primera parte del 1500. Antes de los Incas, una diversidad de pueblos tenían otras lenguas, una de ellas el aimará, que aún se escucha un poco. Más en Bolivia.


Comparados con nosotros, los Jujeños son capaces de tener una buena relación con el silencio. Su música va desde la alegría de unos sones rápidos, muy rítmicos, con muchos vientos (flautas, sicus) hasta la melancolía de las coplas y las bagualas (qué bella palabra, no?).

Estuve en la zona de La Quebrada de Humahuaca, bellísima, haciendo base en un pueblo que me encantó y que se llama Purmamarca, al pie del Cerro de los 7 colores, ese de la foto. Según la luz los colores varían, sobre la base del contraste que arman unos con otros.

Allí estuve para el jueves de las comadres (anticipo del carnaval en un día privilegiado para las mujeres) y para el carnaval. Los festejos suceden después del mediodía y duran hasta la madrugada. La gente sale a la calle, se va al cerro a hacer una ofrenda a la Pachamama (la diosa de la tierra), se le da (a la tierra) cerveza, comida, vino, cigarrillos encendidos, música, cantos, licores varios, algunos producidos por ellos en forma casera; en fin, y luego se vuelve del cerro y comienza la fiesta: van sucediendo distintas cosas muy divertidas que hacen que al rato todo el mundo se haya olvidado de sus marcas individuales de separación con el otro: llenos de talco perfumado, mojados por el agua que tiran los chicos y los grandes, con ramitos de albahaca en la oreja, tomando las bebidas (todas con alcohol) que la gente ha preparado en sus casas y salen a convidar, bailando y cantando por las calles del pueblito, hasta asentar las fiesta en galpones preparados para la celebración. Muy divertido, nada agresivo, una fiesta generosa y amplia. He venido decidida a aprender a bailar zambas y cuecas.

Fuí y vine de distintos lugares en la quebrada y más allá de ella. Una foto es de las Salinas grandes. Un lago inmenso sobre el que se camina por su superficie de sal. Si haces un agujero o cavas una pileta está el agua a pocos centímetros de la superficie. Otra de las fotos es de Iruya, un pueblito a 3 hs de colectivo desde Humahuaca, por unos caminos de cornisa que son en sí mismos un buen motivo para emprender el viaje. Todo esto sucede a 4000 m de altura. Todo es más lento ahí arriba, y como uno mira el cielo tan cerca disfruta del vuelo de los cóndores, un ave grande como una persona, que vuela majestuosamente en esos escenarios.

De Salta, dónde estuve los últimos días, incluí una foto impresionante de un paseo que hice hasta Cafayate, tierra de vinos, blanco especialmente, torrontés la cepa del lugar (riquísimo!!!). Bien, se atraviesa un valle muy hermoso que se llama la Quebrada de las conchas. En una partes de este camino las formaciones rocosas han sido esculpidas por el viento de modos muy creativos. La foto en que estoy chiquita es en un lugar al que se entra y se está en un enorme espacio de paredes altas, con una acústica que permite que se escuche a los músicos que allí esperan a los viajeros. Ese lugar se llama El anfiteatro.

He traído mucha música, nuevas comidas y muchas ganas de volver.

Para el 15 de agosto en un pueblo que se llama Casabindo, se celebra la fiesta de la virgen con una costumbre que se llama La vincha: Le ponen una vincha a los toros y luego, de a uno, lo liberan en una plaza (de toros) pequeña donde se demostrará la habilidad de los muchachos para sacarle la vincha al toro. Quereís venir? Cualquier ocasión es buena para viajar, pero las fiestas son de lo mejor.