martes, 29 de diciembre de 2009

¿Qué hacer?


¿Qué conviene hacer a partir de cierta edad? (la mía, por ejemplo).¿Empezar a sentirse en la no tan jubilosa situación de jubilado? Yo no puedo, siempre dije que me prohibiría a mí mismo esa lamentable situación. ¿"Pasar el rato" como decía Unamuno? ¿Aceptar las cosas como están y resignarse a ser "transparente" añorando un tiempo pretérito engañosamente idealizado? ¿Intercambiar fotos de la infancia y adolescencia con los compañeros del colegio, intentando averiguar quién es el tercero por la izquierda de la segunda fila, y si se ha muerto ese con la bufanda, de cuyo nombre no me acuerdo?. ¿Coleccionar recortables de aviones de la Segunda Guerra Mundial? ¿Decidir que casi todo es una mierda y que, excepto dos o tres, no nos merecemos, por ejemplo, los políticos que nos gobiernan? Pues no haberlos votado, coño, y si te abstienes, abstente.¿Ir al cine dos veces por semana para estar al día de los estrenos y considerarte así un cinéfilo? ¿Leer con entusiasmo la prensa diaria, mojando el periódico en el café con leche, y comentar con los amigos la "divertida" columna del fulanito ese que escribe tan estupendamente bien el mismo artículo desde hace treinta años? A la mierda con fulanito.
¿Hablar incesantemente en las tertulias de café (sin leche) escuchando distraídamente y sin demasiado interés lo que dice otro?
¿Asegurar (en Madrid) que estuviste en La Mandrágora aquella noche, en los ochenta, escuchando a Sabina y a Krahe o que durante tres meses tocaste la batería con los Pekenikes? ¿Apuntarse a una ONG de las 175.000 existentes en este país (dato proporcionado por A.S.L.) aportando así tu "granito de arena" para procurar un mundo mejor?
¿O bien, en casos como el de quien esto escribe, seguir el consejo que le daba el doctor Gachet al "loco" Van Gogh animándole a pintar para evitarle la tortura de pensar?.
Hoy, todo son preguntas. ¿No se considera esto un "diario personal"?

9 comentarios:

Desde la cabina dijo...

A punto yo de cumplir cuarenta años vino mi padre a Madrid a verme. Comiendo con él en un restaurante que le gustaba mucho le pregunté si sabría decirme cuál creía él era la mejor edad para vivir la vida y, después de pensarlo un rato, me dijo que precisamente la década de los cuarenta a los cincuenta era la que él recordaba como la más interesante, porque a esa edad ya te has hecho una idea bastante completa de lo que es la vida y, además, no tienes ya nada que demostrarte a poco que hayas aprendido de ti mismo y que sospeches honestamente lo que será el resto del tiempo, aunque sea aproximadamente. Si el sexo y el amor han sido un fracaso o una decepción hasta ese momento no mejorará sustancialmente, y si han sido equilibrados y apasionantes así seguirán siendo, con las lógicas y deseables adaptaciones al momento, y esto mismo sucederá desde el punto de vista profesional o laboral, a no ser que sucedan imprevistos; pero los imprevistos son lo que son y, a no ser que sean acontecimientos espectaculares, tu vida será tu vida con lo que la varíe el acontecimiento especial que, seguramente, se reacomodará a ti, más que tú a él. Así que a los cuarenta años, opinaba mi padre, empezaba una década de sosiego natural y de afianzamiento de la personalidad. Quizá es el mejor momento también para asegurar las amistades y lealtades, y para desdrasmatizar la propia existencia, añadió.
Yo, desde luego, pensé que no me encontraba preparado para nada, ni tampoco sosegado, y que mi vida había llegado hasta ese momento tan rápidamente que ni siquiera era capaz de saber en qué lugar me encontraba con respecto al amor, el sexo, las amistades, las ilusiones y el trabajo. Pero aunque no dije nada, me pareció que los cuarenta me habían llegado demasiado pronto.
Algunos días después él se había vuelto a Bilbao y me llamó por teléfono. Lo hacía desde una cabina (eran tiempos en los que todavía no había móviles, pero no hace mucho, simplemente parece que hayan estado siempre, pero no), y me dijo que acababa de salir del trabajo y que había pensado mucho en la pregunta que le hice en Madrid sobre la mejor edad para vivir a vida, y que se había dado cuenta de que me contestó un poco para agradarme, pero que la verdad era que creía que la mejor edad para vivir la vida es la que tiene uno.
Mi padre murió hace algunos años y aunque no hay buena edad para morir, él lo hizo a una edad razonable. Y como tantas veces, su llamada (desde la cabina de Licenciado Pozas, un poco antes de tomarse unos potes), me ayudó a vivir aquél día muy bien, y también todos los días que, como ahora, recuerdo su reflexión y le recuerdo a él.
La mejor edad es la que tiene uno, querido Enrius.

Enrius dijo...

Estimado Desdelacabina:
Como a todo nuevo comentarista, en primer lugar agradezco su extenso y narrativo comentario al tiempo que, disfrutando de su desconocido seudónimo,tengo el gusto de comunicarle que estoy completamente de acuerdo con su afirmación final acerca de que la mejor edad es la que uno tiene.
Me agrada que relatando su, al parecer, ya lejana estancia en Madrid y la visita de su padre desde Bilbao me sugiera usted algunas pistas que me hagan pensar en su oculta identidad. Vuelvo a repetir que es muy grato para mí ignorar la de cada comentarista al tiempo que no puedo evitar sospecharla en razón de su estilo literario pues hay quien, en este blog, ejercita el suyo como una provechosa práctica de escritura. La suya es muy correcta y me halaga que me haga saber su cercanía considerándome querido.
Yo me preguntaba , bajo la imagen del pensador de Rodin, qué hacer en esta edad que, siendo la mejor,encierra algunas peligrosas tentaciones de escepticismo y desapego por casi todo.
Comprobada su capacidad descriptiva solo me resta desear que siga usted interesándose por alguna otra entrada de manera que podamos seguir contando con su eventual colaboración. En vista de la fecha, le deseo lo mejor para el 2010.
Vale.

Desde la cabina dijo...

La verdad es que nunca me sentí tanto de algún sitio como de Madrid. Siempre he considerado a esa ciudad como terreno personal e intransferible y sólo lo comparto con los madrileños, sean de donde sean.
En que lo respecta a mi sermón anterior le ruego me disculpe, pues seguramente no vi tan claro como lo veo ahora que usted no me preguntaba, o preguntaba al azar del blog, por la mejor edad, sino qué hacer con ella. Y no creo que sobre eso haya ninguna verdad universal, pues ha de sonsacársela usted a usted mismo y aconsejarle sería seguro aconsejarle mal.
Como no quiero que le resulte éste tan largo e inútil como el anterior post, me despido deseándole un año que viene tan encaminado como me lo deseo yo a mí mismo.
Un abrazo.

Chari dijo...

Ya sé que suena estúpido y fuera de onda, pero os deseo a todos un año de dar envidia.
A todos y sobre todos a: Enrius, O,Rosina,Irislis, pero estoy pensando en todos y todas, como dice Ali,de veras.
Y no es por reñir,pero me parece que se han puesto ustedes vosotros un poco intelectuales o por lo menos a mí me cuesta un mundo meter baza.Cómo es este Desde la cabina,tremendo.
Todo se andará,si insistís en temas tan personales,pero llegaré a ello si no hay otro remedio.
Lo de la edad de Enrius y el qué hacer con ella,es como si sería que me viene al pelo.Pero no sé qué decir,de verdad.Estoy chocha.

Enrius dijo...

Estarás tú también, querida Chari, con la desgana como cuenta a veces O. pero no creo que chocha.
Si algún sentimiento NO quiero nunca suscitar en nadie es el de la envidia con lo que, agradeciendo tus deseos para el nuevo año,espero que no resulte esta década para nosotros digna de tan amarillo y aborrecible sentimiento.
Es posible que tengas razón cuando , sin querer reñirnos, te lamentas de nuestra creciente condición intelectual.
Discutía yo hace más de treinta años con mi amigo Alberto Corazón acerca de si los artistas, plásticos o visuales éramos o no éramos susceptibles de considerarnos intelectuales. Yo mantenía, contra la opinión de Alberto, que los artistas NO éramos intelectuales si no simplemente personas dotadas de la sensibilidad y disposición necesarias para ejercitar alguna de las llamadas bellas artes. Él mantenía que los artistas, como los intelectuales, usaban para la fabricación de sus obras, el intelecto y yo le contestaba que el intelecto lo utilizábamos todos los seres humanos con mayor o menor fortuna y para cualquiera de nuestras actividades en la vida, que para eso estábamos dotados de tal facultad que incluye la memoria, la razón y el sentimiento moral de nuestra propia identidad lo que,por cierto, nos separaba del resto de los animales.
No cejaba mi amigo en su empeño y aseguraba que por el hecho de necesitar del intelecto para fabricar los productos de nuestra creatividad, éramos sin más discusión, intelectuales. Fue una sobremesa en su antigua y hermosa casa de la Plaza Mayor 30 de Madrid y la cosa se prolongó hasta la del alba sin que ninguno de los dos cediera en sus convicciones.
Tantos años después mi amigo Alberto, que es un intelectual, académico de número de la de Bellas Artes y muy reconocido editor y diseñador gráfico sigue manteniendo sus tesis y yo, que me considero un artista plástico al que le gusta demasiado escribir, sigo manteniendo la mía.
Trabajo con las manos lo que hace de mí un artesano, no siempre entiendo lo que hago(fabrico)
y a éste respecto decía el que fue genial artista Manuel Millares, que no necesitaba entender todo lo que pintaba ni le asustaba que tales productos escaparan a su entendimiento.
Intelecto o intelectual es lo mismo que entendimiento, espiritual o incorpóreo dedicado preferentemente a las ciencias, al pensamiento , a la literatura, etc,
Además, y esto ya sé que es una disgresión, el diccionario le añade esas conocidas siglas: Ú.t.c.s.lo que tú, querida Chari, ya sabes que significa úsese tambien como sustantivo.
Eso es lo que yo hago, considerar mi condición de artista como algo sustantivo y me temo que a la de intelectual va unida en casi todas las ocasiones, la condición adjetiva de modo que, prolongando peligrosamente la frase, esto que yo hago que es simplemente escribir, no se convierte necesariamente en literatura ni hace de mí un intelectual.

Zorionak eta urte berri on.

porque de repente me viene el euskera.
Vale.

Desde la cabina dijo...

Eskerrik asko, Enrius, por la parte que me toca, deseándole también un próspero año.
¿Y esta señora, Chari, qué dice de intelectualismo? ¿Cree usted de verdad que en este "¿Qué hacer?" ha habido comentarios intelectuales? No lo entiendo.
También he de decirle que yo, que no siento por la envidia de los demás sino el respeto debido, no podría aceptar su deseo pues entonces sentiría la discriminación de su indefensión ante el destino, aunque fuera por voluntad propia. Creo yo que en cuestión de fórmulas universales generalistas está todo dicho, aunque estoy seguro de su buena intención ausenta de maldad alguna.

Uno más dijo...

Hace algunos años leí un artículo del filósofo catalán Manuel Cruz en el que abordaba el consabido agotamiento de las ilusiones, atribuido al mero paso del tiempo, a la inevitable fatiga que parece acompañar a la madurez, o bien a la época que nos ha tocado en suerte vivir, tan proclive a generar decepciones y melancolías.
Aunque aceptaba que semejante interpretación se había extendido en nuestros días, cuestionaba su interés. No creía, y supongo que sigue sin creer, que el rasgo más definitorio de nuestro presente fuera ese agotamiento de sus posibilidades. Al contrario, defendía el hambre de futuro que, según él, define a la ilusión y se mostraba convencido de que la partida, aunque complicada, aún permanecía abierta.
En el artículo que menciono se dedicaba, pues, a buscar en otro lado la explicación de nuestras perplejidades presentes (y quién sabe si esa explicación no termine siendo también una respuesta al Qué Hacer de Vladimir I. Enrius). Probablemente, escribía, el problema guarde relación con la naturaleza de lo esperado. ¿No será que buscamos en el lugar equivocado? ¿No será que tendemos a ubicar ‘ese acontecimiento excepcional’ siempre por llegar donde, casi por definición, ya no puede emerger? Lo que sucede, proseguía su argumentación, es que no terminamos de saber a qué calidad de acontecimiento aplicar nuestras ilusiones. Quizá convenga algo así como refundar los objetos de deseo, aquello que merece ser celebrado (o, a la inversa, aquello por lo que de ninguna manera merece la pena guardar luto). Quizá determinadas afirmaciones tienen sobre nosotros una especie de efecto paralizante. Quizás nos preocupa que no termine de pasar nada porque sobrevuela sobre nuestras existencias la vieja máxima de que sólo se vive una vez. Máxima tan obvia como excesiva, tan rotunda como inútil. Sólo se vive una vez, es cierto. Y además la película termina siempre igual, esto es, con la muerte del protagonista. Pero únicamente se toma su propia muerte como un fracaso quien confiaba en ser inmortal.
La vida no es una lucha contra el tiempo, siempre según mi citado filósofo, ni siquiera contra el mundo: es una lucha contra uno mismo. Estar a la espera de… no deja de ser una forma de trasladarle a la realidad una responsabilidad que sólo a cada uno compete. A cualquier acontecimiento, por extraordinario que sea, le precede una decisión: la decisión de convertirlo en tal, de anhelarlo. El mundo no está para decirnos lo que debemos desear: está más bien para proveernos de satisfacciones (y de desgracias, por descontado).
Examinadas así las cosas, tal vez no sea cierto que los tiempos pasados nos daban más ocasiones para la celebración, sino que aceptábamos, sin demasiada crítica, la valoración que le venía atribuida a lo que nos pasaba. Hoy, los mismos sucesos no nos llenarían de idéntico gozo y sería pueril calificar de escépticos a quienes experimentamos tal cambio. Si hubiera que utilizar algún adjetivo, continuaba Cruz, habría que utilizar el de crítico. Lo que ocurre es que la crítica sólo puede ser un lugar de tránsito, pero en ningún caso como lugar para quedarse a vivir. El siguiente paso, quizá el más difícil, según el autor de ese viejo (pero actual) artículo, es el de reconocer la condición propia, inalienable, de nuestros propósitos.
Dar ese paso tiene un doble beneficio… siempre según Cruz. Primero, puede que podamos releer el pasado bajo una nueva luz y reencontrarnos con lo mejor, con lo más intenso, de algunas situaciones de antaño. Y tal vez descubramos que lo que las convertía en deseables no era tanto lo que mostraban, como lo que permitían, lo que autorizaban, todo aquello a que daban lugar. Tal vez nos convenzamos entonces de que actuar es mucho más abrir procesos, iniciar dinámicas, posibilitar nuevas situaciones que lo que viene expresado por verbos del tipo 'alcanzar', 'obtener', 'lograr' y similares.
El secreto es extremadamente simple. Acaso por eso suela pasar tan desapercibido. Se trata, en sustancia, de dejar que las cosas sean, de no empeñarnos en impedir su emergencia.

Enrius dijo...

Estimado Unomás:
Agradezco su extenso comentario acerca de la entrada ¿Qué hacer?
Me congratulo de que recuerde usted(no lo dudaba) la autoría de esa famosa pregunta del viejo y ya casi olvidado Ilich, cuya rostro tranquilo y satisfecho nos mostraba la fotografía en la que se le ve contemplando el panorama tras la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo. La tengo en la memoria y en una, hoy impagable, colección comprada no obstante a bajo precio en el mercadillo de un pueblo perdido a orillas del Volga.
Repito: yo vivo de imagenes.
Hace algunos años yo escuchaba con regularidad las intervenciones de Manuel Cruz en la radio y siempre me parecieron muy inteligentes y de un sentido crítico extremadamente agudo.Llegaba incluso a ser hiriente tan afilada era su palabra y daba la sensación de estar de vuelta de casi todo de modo que por exigencias del personaje que él mismo había creado en las ondas,se le oía como un negacionista total. Bien es verdad que la radio tiene un auditorio distinto al de la letra impresa y se ve uno en la obligación de interpretar un papel por aquello de los índices de audiencia. Por otro lado se decía antropólogo más que filósofo y aunque no sé bien si era catalán "de nación" siempre encontré, a su favor, que no daba la sensación de estar encantado de haberse conocido.
Efectivamente reconozco que hace unos años yo también aceptaba sin demasiada crítica lo que me sucedía y parafraseando al maestro, yo encontraba sin buscar.
Así de fácil. Ahora las cosas pintan de manera diversa y me veo buscando no sé bien qué, sin encontrar gran cosa y con el temor a repetirme (copiarme ) a mí mismo.
He iniciado algunas dinámicas, como apunta usted,pero sin demasiado entusiasmo y me temo seguir anclado en esa duda tan sabiamente expresada por el inefable Jean Cocteau:
"El arte es imprescindible pero me gustaría saber para qué".
Revivir lo mejor del pasado y mirarlo con ojos nuevos es un peligro que, conocedor de mi tendencia a la melancolía activa, no sé si estoy dispuesto a afrontar.
En esas estoy, en lucha conmigo mismo y casi convencido de que voy a perder. Haciéndome preguntas con frecuencia y sin encontrar respuesta o encontrándolas de todo género lo que me dificulta la elección de la más adecuada.

O dijo...

Desde la cabina y Uno más, esplendorosos, desde algún lugar equilibrado y fértil. Ejemplares. Impasibles en la gracia y en la desgracia (ajenas, de la suya, de haberla, no hay noticias).
Yo siento la desgana, no de los tiempos y la edad, sino la mía personal; no la nacional o internacional, ni que la vida era eso de JGdBiedma, más fácil, mi vida es esto, intransferible, incompresible, sin interés.
No nos comprenden, dicen los nacionalistas, y sin embargo aquí, en la República del Hipnal, la vida transcurre sin sobresaltos, desgantándose, desgantándonos, desgantándome, y es de entenderlo, no hay reivindicaciones ni desideratum, sólo es cuestión de tiempo.
¿Y por qué habría de ser todo lógico? ¿Y por qué he de tener yo algún sentido? ¿Y por qué he de conocerme a mí mismo?
¿Y por qué ahora que no veo cucarachas por todas partes me siento más solo que nunca?

A Florencio y a Chari no parece importarles el destino ni el tiempo, fluyen y se bifurcan, según la corriente, corren.
Uno no habla y la otra no calla, pero refulgen como chispas del mismo fuego recién surgidas de algún incendio.

Censores y moralistas posmodernos de pensiero débole, no queremos consejos, yo, sin ir más lejos, me conformaría con algo de aguaplast y un poco de chimichurri uruguayo (he dejado el vino, por eso me han abandonado las cucarachas).
Rosebud.